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domingo, 25 de noviembre de 2007

Comentario al escultor
Rosario Castellanos
El que se lamentaba
de hacer su propia estatua con arcilla
que pruebe las materias que nosotros usamos.
Nosotros, es decir, los marginales
memoria, ensueños, humo, sueño, esperanza. Nada.

* * * * * *

Pasaporte

¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una.
Jamás repetí otras (por pudor o por fallas nemotécnicas).
¿Mujer de acción? Tampoco.
Basta mirar la talla de mis pies y mis manos.

Mujer, pues, de palabra. No, de palabra no.
Pero sí de palabras,
muchas, contradictorias, hay, insignificantes,
sonido puro, vacuo cernido de arabescos,
juego de salón, chisme, espuma, olvido.

Pero si es necesaria una definición
para el papel de identidad, apunte
que soy mujer de buenas intenciones
y que he pavimentado
un camino directo y fácil al infierno.

* * * * * *

Accidente

Temí... no el gran amor.

Fui inmunizada a tiempo y para siempre
con un beso anacrónico
y la entrega ficticia
- capaz de simular hasta el rechazo-
y por el juramento, que no es más retórico
porque no es más solemne.

No, no temí la pira que me consumiría
sino el cerillo mal prendido y esta
ampolla que entorpece la mano con que escribo.

* * * * * *


Presencia

Algún día lo sabré. Este cuerpo que ha sido
mi albergue, mi prisión, mi hospital, es mi tumba.

Esto que uní alrededor de un ansia,
de un dolor, de un recuerdo,
desertará buscando el agua, la hoja,
la espora original y aun lo inerte y la piedra.

Este nudo que fui (inextricable
de cóleras, traiciones, esperanzas,
vislumbres repentinos, abandonos,
hambres, gritos de miedo y desamparo
y alegría fulgiendo en las tinieblas
y palabras y amor y amor y amores)
lo cortarán los años.

Nadie verá la destrucción. Ninguno
recogerá la página inconclusa.

Entre el puñado de actos
dispersos, aventados al azar, no habrá uno
al que pongan aparte como a perla preciosa.

Y sin embargo, hermano, amante, hijo,
amigo, antepasado,
no hay soledad, no hay muerte
aunque yo olvide y aunque yo me acabe.

Hombre, donde tú estás, donde tú vives
permanecemos todos.

* * * * * *

Válium 10

A veces (y no trates
de restarle importancia
diciendo que no ocurra con frecuencia)
se te quiebra la vara con que mides,
se te extravía la brújula
y ya no entiendes nada.

El día se convierte en una sucesión
de hechos incoherentes, de funciones
que vas desempeñando por inercia y por hábito

Y lo vives. Y dictas el oficio
a quienes corresponde. Y das la clase
lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente.
Y en la noche redactas el texto que la imprenta
devorará mañana.
Y vigilas (oh sólo por encima)
la marcha de la casa, la perfecta
coordinación de múltiples programas
-porque el hijo mayor ya viste de etiqueta
para ir de chambelán a un baile de quince años
y el menor quiere ser futbolista y el de en medio
tiene un póster del Che junto su tocadiscos.

Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas,
junto a la cocinera, sobre el costo
de la vida y el ars magna combinatoria
del que surge el posible y cotidiano.
Y aun tienes voluntad para desmaquillarte
y ponerte la crema nutritiva y aun leer
algunas líneas antes de consumir la lámpara

Y ya en la oscuridad, en el umbral del sueño,
echas de menos lo que se ha perdido:
el diamante de más precio, la carta
de marear, el libro
con cien preguntas básicas (y sus correspondientes
respuestas) para un diálogo
elemental siquiera con la Esfinge.

Y tienes la penosa sensación
de que en el crucigrama se deslizó una errata
que lo hace irresoluble.

Y deletreas el nombre del Caos. Y no puedes
dormir si no destapas
el frasco de pastillas y si no tragas una
en la que se condensa,
químicamente pura, la ordenación del mundo.

* * * * * *


Pequeña crónica

Entre nosotros hubo
lo que entre dos cuando se aman:
sangre del himen roto. (¿Te das cuenta?
Virgen a los treinta años ¡y poetisa! Lagarto.)

La hemorragia mensual o sea en la que un niño
dice que sí, dice que no a la vida

Y la vena
-mía o de otra ¿qué mas da? - en que el tajo
suicida se hundió un poco o lo bastante
como para volverse una esquela mortuoria.

Hubo, quizá, también otros humores:
el sudor del trabajo, el del placer,
la secreción verdosa de la cólera,
semen, saliva, lágrimas.
Nada, en fin, que un buen baño. Y me pregunto
con qué voy a escribir, entonces, nuestra historia.
¿Con tinta? ¡Ay! Si la tinta
viene de tan ajenos manantiales.

* * * * * *

Desamor

Me vio como se mira al través de un cristal
o del aire
o de nada.

Y entonces supe: yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca ni estaría.

Y fui como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es arrojado
a la fosa común.

* * * * * *


Rosario Castellanos (México, 1925-1974)

Poemas extraídos de: Rosario Castellanos - Poesía. En: Voz Viva de México. Editado por Universidad Nacional Autónoma de México. 2002. Presentación y selección de: Raúl Ortiz y Ortiz. (En este trabajo se han editado una serie de poemas seleccionados y la lectura de esa selección por la autora. Grabados en 1970)


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