“Alfredo Zitarrosa nación en el pueblito de Santa Lucía, Uruguay, el 10 de marzo de 1936, y comenzó su carrera como locutor radial. Fue periodista de la revista Marcha, y en 1959 recibió, de un jurado que presidía Juan Carlos Onetti, el Premio Municipal de Poesía, en Montevideo, por su libro Explicaciones. Más tarde se dedicó al canto y con canciones como Doña Soledad, Guitarra negra, En mi país o El violín de Becho se convirtió en “el dueño de la milonga en el Uruguay”, según la definición de Jaime Roos. Alfredo Zitarrosa murió en Montevideo el 17 de enero de 1989. En 1974, su compatriota, la periodista María Esther Gilio, lo entrevistó para la revista Crisis. A continuación se reproduce aquel reportaje.
“ME DETESTO CUANDO CANTO”
- Tu oficio te angustia… Cuando el martes te vi momentos antes de subir al escenario te temblaban las manos y estabas más pálido que de costumbre.
- En los minutos previos a actuar… Sí, estoy muy nervioso.
- ¿Eso es así desde siempre?
- No, desde hace un tiempo. Antes no me angustiaba.
- ¿Qué cambió?
- Ahora siento mi trabajo como una gran responsabilidad. ¿Por qué he de ser yo precisamente el que suba a un escenario y cante para un público anónimo?
- La respuesta es simple, porque sabés cantar. ¿Tenés que el público no sea benevolente para juzgarte?
- El público no debe ser benevolente, tiene que exigir; pero mis guitarristas y yo no somos aparatos infalibles. No puedo dejar de preguntarme qué pasará hoy con ellos y conmigo mismo.
- Sin embargo, la mayoría de las canciones ya las has cantado cientos de veces.
- Sí, cientos de veces. En el momento en que una canción la cantaste cientos de veces se transforma en tu enemiga. La conocés por todos lados y sabés que es imposible aportar a ella nada nuevo.
- Pienso que el público es un poco como los niños; quiere oírla exactamente como la oyó siempre. No quiere que con ella hagas nada nuevo.
- No la pueden oír como la oyeron siempre porque la frescura que la canción tenía las primeras veces en que fue cantada ya se perdió.
- Si sentís así, cantar debe ser para ti un real trabajo.
- Sí, un trabajo que se ejerce a disgusto. Ya no es una labor creacional la que realizás porque ya no tenés nada para dar.
Una canción nueva
- ¿Cuál sería la solución? ¿Componer una canción nueva cada día?
- Alcanzaría con una canción nueva, fresquita, de tanto en tanto. Una canción nueva puede salvar todo un recital.
- ¿Una canción nueva entre veinte viejas?
- Sí, sabés que ella va a llegar, que está en la lista. Eso te estimula. Una canción nueva ilumina a las otras. El resto entonces se hace fácil.
- ¿Por qué?
- Porque cada canción es complemento de las anteriores. Complemento necesario que esperó y maduró en tu interior. Yo creo que las canciones son las unas anverso de las otras.
- ¿Desde qué punto de vista?
- Desde un punto de vista muy…
- ¿Emocional?
- Sí, muy subjetivo. Después de haber dicho en Canción para un niño, “canto de nadie, sombra que nace, que alguien te abrace”, escribo Flor de cartón y sin proponérmelo vuelvo a decir “canto de nadie”, pero con un sentido diferente y complementario del otro.
- Insisto en que nada de lo que te pasa tiene que ver con el público, sino contigo mismo exclusivamente.
- Pero es que lo que uno debe dar en una canción es mucho… Primero hay que dar belleza, es decir, la canción es un goce.
- ¿Para el que la canta?
- Yo me refería al que escucha, pero ya que lo planteás yo te digo que cuando el que canta no goza difícilmente puede hacer gozar a los demás. Pensá en Aznavour. Es un tipo que cuando canta transmite su alegría de cantar. En cambio yo…
- ¿Qué te pasa?
- Es raro que yo goce con una canción.
- Pienso que lo que te impide gozar es tu miedo al público. ¿Cuándo cantás solo es igual?
- En toda canción hay siempre las huellas de un disfrute que existió. Porque toda canción fue nueva en algún momento. Yo elegí para cantar En blanco y negro, una milonga de Silva Valdés, y esa canción fue gozada. Ahora está en el repertorio con todas las huellas de ese goce.
- ¿Por qué están en ellas las huellas del goce, o dónde están?
- Están en determinada forma del fraseo, en la tonalidad que elegí para cantar después de un ensayo prolongado con mis guitarristas.
- Si no supiera de qué estamos hablando, pensaría que hablás de amor. Pienso que también en el amor nadie que no goce puede hacer gozar y también son muchos los que consideran irrecuperable la alegría de los primeros encuentros.
- Bueno… no quiero decir que todo muera después de las primeras experiencias. Quiero decir que no es igual. Aunque hay canciones que pueden tener otra vez su momento, sus días, sus horas, su público.
- ¿Y volverla a gozar?
- Sí, aunque difícilmente es igual, pero sucede, claro. La circunstancia política en que se desarrolla un espectáculo puede inyectar a determinadas canciones una savia muy fresca.
- Pienso en tu viaje a Chile.
- Sí, yo también pienso en mi viaje a Chile. Allá yo sentí que todas mis canciones eran nuevas.
El público
- Porque el público era nuevo.
- No, también en Perú el público era nuevo y no pasó nada.
- ¿Cómo te relacionás aquí con el público?
- Creo que aquí el público está más atento a mis defectos que a mis méritos.
- ¿En qué te basás?
- En nada, lo siento así.
- Tal vez porque sabés que el pueblo argentino tiene mayor formación comparado con otros de América Latina y está menos abierto a la sensibilidad pura.
- Es probable… sin embargo las cosas no siempre son así. Recuerdo un seis de diciembre en que canté en el Luna Park. La acogida fue tremenda.
- ¿Te gustó eso?
- Sí, mucho, mucho.
- Tu voz es muy especial, como si no estuviera influida por el gusto de la época.
- Me detesto cuando canto.
- ¿No te gusta tu voz?
- No me gusta. Me fastidian mis discos. En casa les prohíbo que los pongan.
- ¿Tampoco te gusta tu voz cuando la oís mientras cantás?
- No.
- ¡Pero escuchate hablar! Vos tenés una hermosa voz.
- Sí, me gusta mi voz cuando hablo. Tengo una voz muy baja, de buen timbre. En cambio cuando canto saltan todos los defectos técnicos. Cuando me escucho cantar se me hacen muy claros los esfuerzos que debo hacer para poner esa voz al servicio de una melodía. Cantar no es moco de pavo.
- Vos no sos moco de pavo.
- Pensás que soy un neurótico.
- Sí… pero quién puede arrojar la primera piedra.
- Quién puede decir “yo no estoy neurótico”, por lo menos, qué uruguayo puede decirlo.
- Sólo alguno que se haya mudado a la Luna.
- Sólo. Podría yo vivir feliz conmigo mismo cuando me siento tan culpable de tantas cosas.
- Contame de qué cosas te sentís culpable.
- De ganar dinero.
- ¿Ganás tanto dinero como para eso?
- Un argentino se reiría. Gano un promedio de seiscientos mil pesos mensuales. Para mí es mucho. Sobre todo si pienso en el montón de compatriotas que no llegan a cien. Como todos los días, tengo una buena casa. A mis hijas no les falta nada.
- ¿De qué más te sentís culpable?
- De no haber visto más claramente lo que debía aportar al pueblo. Algo más positivo en el proceso que culminó el 28 de noviembre de 1971.
- Te jugaste bastante.
- Pero no fui eficaz.
- ¿Te parece que uno puede ser culpable por haberse equivocado?
- Justamente, ¿cómo no presentí que pasaría?, ¿cómo pude haberme equivocado?
- ¿Pensás en los resultados de las elecciones?
- Los resultados de las elecciones fueron el índice de una situación que yo no supe imaginar.
- ¿Qué habrías hecho?
- Habría tratado de comunicarme de una manera más eficaz con el pueblo.
- ¿Cómo?
- Ya es tarde para hablar de eso.
Los cantantes
- Alcanzaría con una canción nueva, fresquita, de tanto en tanto. Una canción nueva puede salvar todo un recital.
- ¿Una canción nueva entre veinte viejas?
- Sí, sabés que ella va a llegar, que está en la lista. Eso te estimula. Una canción nueva ilumina a las otras. El resto entonces se hace fácil.
- ¿Por qué?
- Porque cada canción es complemento de las anteriores. Complemento necesario que esperó y maduró en tu interior. Yo creo que las canciones son las unas anverso de las otras.
- ¿Desde qué punto de vista?
- Desde un punto de vista muy…
- ¿Emocional?
- Sí, muy subjetivo. Después de haber dicho en Canción para un niño, “canto de nadie, sombra que nace, que alguien te abrace”, escribo Flor de cartón y sin proponérmelo vuelvo a decir “canto de nadie”, pero con un sentido diferente y complementario del otro.
- Insisto en que nada de lo que te pasa tiene que ver con el público, sino contigo mismo exclusivamente.
- Pero es que lo que uno debe dar en una canción es mucho… Primero hay que dar belleza, es decir, la canción es un goce.
- ¿Para el que la canta?
- Yo me refería al que escucha, pero ya que lo planteás yo te digo que cuando el que canta no goza difícilmente puede hacer gozar a los demás. Pensá en Aznavour. Es un tipo que cuando canta transmite su alegría de cantar. En cambio yo…
- ¿Qué te pasa?
- Es raro que yo goce con una canción.
- Pienso que lo que te impide gozar es tu miedo al público. ¿Cuándo cantás solo es igual?
- En toda canción hay siempre las huellas de un disfrute que existió. Porque toda canción fue nueva en algún momento. Yo elegí para cantar En blanco y negro, una milonga de Silva Valdés, y esa canción fue gozada. Ahora está en el repertorio con todas las huellas de ese goce.
- ¿Por qué están en ellas las huellas del goce, o dónde están?
- Están en determinada forma del fraseo, en la tonalidad que elegí para cantar después de un ensayo prolongado con mis guitarristas.
- Si no supiera de qué estamos hablando, pensaría que hablás de amor. Pienso que también en el amor nadie que no goce puede hacer gozar y también son muchos los que consideran irrecuperable la alegría de los primeros encuentros.
- Bueno… no quiero decir que todo muera después de las primeras experiencias. Quiero decir que no es igual. Aunque hay canciones que pueden tener otra vez su momento, sus días, sus horas, su público.
- ¿Y volverla a gozar?
- Sí, aunque difícilmente es igual, pero sucede, claro. La circunstancia política en que se desarrolla un espectáculo puede inyectar a determinadas canciones una savia muy fresca.
- Pienso en tu viaje a Chile.
- Sí, yo también pienso en mi viaje a Chile. Allá yo sentí que todas mis canciones eran nuevas.
El público
- Porque el público era nuevo.
- No, también en Perú el público era nuevo y no pasó nada.
- ¿Cómo te relacionás aquí con el público?
- Creo que aquí el público está más atento a mis defectos que a mis méritos.
- ¿En qué te basás?
- En nada, lo siento así.
- Tal vez porque sabés que el pueblo argentino tiene mayor formación comparado con otros de América Latina y está menos abierto a la sensibilidad pura.
- Es probable… sin embargo las cosas no siempre son así. Recuerdo un seis de diciembre en que canté en el Luna Park. La acogida fue tremenda.
- ¿Te gustó eso?
- Sí, mucho, mucho.
- Tu voz es muy especial, como si no estuviera influida por el gusto de la época.
- Me detesto cuando canto.
- ¿No te gusta tu voz?
- No me gusta. Me fastidian mis discos. En casa les prohíbo que los pongan.
- ¿Tampoco te gusta tu voz cuando la oís mientras cantás?
- No.
- ¡Pero escuchate hablar! Vos tenés una hermosa voz.
- Sí, me gusta mi voz cuando hablo. Tengo una voz muy baja, de buen timbre. En cambio cuando canto saltan todos los defectos técnicos. Cuando me escucho cantar se me hacen muy claros los esfuerzos que debo hacer para poner esa voz al servicio de una melodía. Cantar no es moco de pavo.
- Vos no sos moco de pavo.
- Pensás que soy un neurótico.
- Sí… pero quién puede arrojar la primera piedra.
- Quién puede decir “yo no estoy neurótico”, por lo menos, qué uruguayo puede decirlo.
- Sólo alguno que se haya mudado a la Luna.
- Sólo. Podría yo vivir feliz conmigo mismo cuando me siento tan culpable de tantas cosas.
- Contame de qué cosas te sentís culpable.
- De ganar dinero.
- ¿Ganás tanto dinero como para eso?
- Un argentino se reiría. Gano un promedio de seiscientos mil pesos mensuales. Para mí es mucho. Sobre todo si pienso en el montón de compatriotas que no llegan a cien. Como todos los días, tengo una buena casa. A mis hijas no les falta nada.
- ¿De qué más te sentís culpable?
- De no haber visto más claramente lo que debía aportar al pueblo. Algo más positivo en el proceso que culminó el 28 de noviembre de 1971.
- Te jugaste bastante.
- Pero no fui eficaz.
- ¿Te parece que uno puede ser culpable por haberse equivocado?
- Justamente, ¿cómo no presentí que pasaría?, ¿cómo pude haberme equivocado?
- ¿Pensás en los resultados de las elecciones?
- Los resultados de las elecciones fueron el índice de una situación que yo no supe imaginar.
- ¿Qué habrías hecho?
- Habría tratado de comunicarme de una manera más eficaz con el pueblo.
- ¿Cómo?
- Ya es tarde para hablar de eso.
Los cantantes
- Tú decís que no te gusta oírte cantar, ¿quién te gusta?
- Escucho con gran placer a Mercedes… (Sosa) o a Daniel (Viglietti).
- ¿Qué tienen ellos que tú no tengas?
- Viglietti afina mejor que yo.
- ¿Y Violeta?, ¿te gusta?
- ¡Ah! sí. Cómo podía no gustarme.
- Pero Violeta desentona.
- Sí, también Yupanqui. Pero te parece que podemos pedirles que afinen además. Ellos dan todo.
- ¿Qué es todo?
- La tierra, el pueblo. Su cantar está henchido de generosidad. Dan la tierra, dan el pueblo; todo el dolor y la alegría del pueblo.
- ¿No hay ninguna situación en que te escuches con placer?
- Sí, hay, cuando trato de darme a conocer a alguien que está dispuesto a conocerme con…
- … beneplácito.
- Sí. Ahí me soporto bien. Incluso encuentro algún mérito en lo que hago.
- Eso quiere decir que siempre te escuchás a ti mismo con el oído que presuponés en los otros. Cuando imaginás un oído que te aprueba te gusta escucharte.
- Sí… tal vez.
- ¿Sufrís entonces cada vez que subís al escenario?
- No hay beso ni dinero que pueda pagar el esfuerzo que hago.
- ¿Cuáles son tus fantasías de miedo en ese momento? ¿Pensás por ejemplo que abrís la boca y no te sale la voz?
- No, nunca en algo tan concreto. Pienso que puedo decepcionar porque mi voz no está en su punto óptimo. Porque hice cosas que no debía haber hecho.
- ¿Maldades?
Zitarrosa sonríe melancólicamente.
- No da como para que las llamemos maldades. Fumar despiadadamente, por ejemplo. Yo fumo tres paquetes por día.
- ¿Y recién en el momento de subir a escena te acordás de eso?
- Me acuerdo siempre y trato de fumar menos, pero sigo fumando y en el momento de subir a escena hago como un resumen… yo debo haber fumado en mi vida un cigarrillo que va de Montevideo a Pando. Si pienso en eso es objetivo que no debo subir a cantar.
Extraído de: Revista La Maga. del 22/07/1992
reportaje realizado por: Esther Gilio
Alfredo Zitarrosa (Uruguay: 10/03/1936-17/01/1989)
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