"A Hermes
Hablando con propiedad, no puede decirse que Fuegos sea un libro escrito en mi juventud; fue escrito en 1935: yo tenía treinta y dos años. La obra, publicada en 1936, volvió a publicarse en 1957 sin apenas ningún cambio. Tampoco se ha cambiado nada en el texto de la presente edición.
Al ser producto de una crisis pasional, Fuegos se presenta como una colección de poemas de amor o, si se prefiere, como una serie de prosas líricas unidas entre sí por una cierta noción del amor. La obra no necesita, por lo tanto, ningún comentario, ya que el amor total se impone a su víctima a la vez como una enfermedad y como una vocación, al ser siempre el resultado de una experiencia y uno de los temas más trillados de la literatura. Todo lo más puede recordarse que cualquier amor vivido, como el que da lugar a este libro, se hace y más tarde se deshace en el seno de una situación determinada, con ayuda de una compleja mezcla de sentimientos y de circunstancias que, en una novela, constituirían la trama de la narración y, en un poema, constituyen el punto de partida del canto. En Fuegos estos sentimientos y estas circunstancias se expresan ora directamente, aunque de un modo bastante críptico, mediante «pensamientos» separados que en un principio fueron extraídos en su mayoría de un diario íntimo, ora, al contrario, indirectamente, mediante narraciones tomadas de la leyenda o de la historia y destinadas a servir de soportes al poeta a través de los tiempos. "
Al ser producto de una crisis pasional, Fuegos se presenta como una colección de poemas de amor o, si se prefiere, como una serie de prosas líricas unidas entre sí por una cierta noción del amor. La obra no necesita, por lo tanto, ningún comentario, ya que el amor total se impone a su víctima a la vez como una enfermedad y como una vocación, al ser siempre el resultado de una experiencia y uno de los temas más trillados de la literatura. Todo lo más puede recordarse que cualquier amor vivido, como el que da lugar a este libro, se hace y más tarde se deshace en el seno de una situación determinada, con ayuda de una compleja mezcla de sentimientos y de circunstancias que, en una novela, constituirían la trama de la narración y, en un poema, constituyen el punto de partida del canto. En Fuegos estos sentimientos y estas circunstancias se expresan ora directamente, aunque de un modo bastante críptico, mediante «pensamientos» separados que en un principio fueron extraídos en su mayoría de un diario íntimo, ora, al contrario, indirectamente, mediante narraciones tomadas de la leyenda o de la historia y destinadas a servir de soportes al poeta a través de los tiempos. "
(Extracto del prólogo escrito por la autora.)
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Cuando estás ausente, tu figura se dilata hasta el punto de llenar el universo. Pasas al estado fluido, que es el de los fantasmas. Cuando estás presente, tu figura se condensa; alcanzas las concentraciones de los metales más pesados, del iridio, del mercurio. Muero de ese peso, cuando me cae en el corazón.
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El alcohol desembriaga. Después de beber unos sorbitos de coñac, ya no pienso en ti.
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Mi muerte, la mía, será de piedra. Conozco las pasarelas, los puentes giratorios, todas las zapas de la Fatalidad. No puedo perderme. La muerte, para acabar conmigo, tendrá que contar con mi complicidad.
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No hay amor desgraciado: no se posee sino lo que no se posee. No hay amor feliz: lo que se posee, ya no se posee.
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¿A dónde huir? Tú llenas el mundo. No puedo huir más que en ti.
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Casandra aullaba sobre las murallas, dedicada al horrible trabajo de dar a luz al porvenir.
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No me importa cuál sea el paso en falso que te haga caer sobre mi cuerpo.
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Se llega virgen a todos los acontecimientos de la vida. Tengo miedo de no saber cómo arreglármelas con mi dolor.
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Ardiendo con más fuegos... Animal cansado, un látigo de llamas me azota con fuerza las espaldas. He hallado el verdadero sentido de las metáforas de los poetas. Me despierto cada noche envuelta en el incendio de mi propia sangre.
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No caeré. He llegado al centro. Escucho el latido de un reloj divino a través del delgado tabique carnal de la vida llena de sangre, de estremecimientos y de jadeos. Estoy cerca del núcleo misterioso de las cosas así como en la noche nos hallamos, en ocasiones, cerca de un corazón.
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¿Y tú te vas? ¿Te vas?... No, no te vas: yo te retengo... Me dejas tu alma entre las manos como si fuera un manto.
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La indiferencia es tuerta; el odio es ciego; ambas tropiezan una al lado de la otra y caen a la fosa del desprecio. La indiferencia ignora; el amor sabe; deletrea la carne. Hay que gozar de un ser para tener ocasión de contemplarlo desnudo.
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Marguerite Yourcenar (Francia, 08-06-1903/ 17-12-1987)
Selección extraída de:
Yourcenar, Marguerite: Fuegos, Editorial Punto de Lectura, Bs.As., 2005
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