Sweeney Todd, el barbero demoníaco de la calle Fleet
País: Estados Unidos, 2007, 117’
Dirección: Tim Burton
Guión: John Logan sobre el musical de Stephen Sondheim
Fotografía: Darlusz Wolski
Intérpetes: Johnny Depp, Helena Bonahm Carter, Alan Rickman, Thimoty Spall, Sacha Baron-Cohen.
¿Por qué nuevamente Tim Burton se me torna necesario volcarlo en estas Cartografías? Luego de haber disfrutado “amargamente” de su última película, de ese sabor extraño que genera no sólo la densidad de sus guiones sino la consistencia de su dirección, de sus películas. Y ante esta última, luego de haber derribado el prejuicio y cierta afectación que connota en mí los musicales, encontrarme con otra obra que no sólo impregna de textura, satura de colores la pantalla, sino que perduran sensaciones, reflexiones, por mucho más tiempo que el transcurrido en una butaca a oscuras deslumbrándome otra vez ante esta nueva repetición que se renueva y va definitivamente marcando un recorrido en aquellas cuestiones que interrogan a Burton y a las que hace interrogar.
Y con la sorpresa de que su filmografía aprehende, lee y despliega, la transformación que de la globalización nos va afectando en esta época sin olvidar ni renunciar a la idea de cierta justicia poética que nada tiene que ver con la moral; una posición ética ante esa mirada que imprime su cine sobre la sociedad, sobre los niños y sus usos y abusos actuales, sobre la pobreza y la corrupción y sobre el amor también, pero lejos de algún sentido afectado, sino como motor insoslayable para la posibilidad de otra vida... o por lo menos, su intento.
Y así fue como luego del impacto de dejarme sumergir en “Sweeney Todd, el barbero demoníaco de la calle Fleet”, me topé con esta excelente crítica y análisis que tanto de la película como de la filmografía de Tim Burton realiza Leonardo D’Espósito en la Revista El Amante Cine. Escritura que despliega una cartografía sobre la obra del director que adscribo y que por ello, transcribo, para compartir ambas experiencias así como recomendarlas: Película y escrito sobre ella.
País: Estados Unidos, 2007, 117’
Dirección: Tim Burton
Guión: John Logan sobre el musical de Stephen Sondheim
Fotografía: Darlusz Wolski
Intérpetes: Johnny Depp, Helena Bonahm Carter, Alan Rickman, Thimoty Spall, Sacha Baron-Cohen.
¿Por qué nuevamente Tim Burton se me torna necesario volcarlo en estas Cartografías? Luego de haber disfrutado “amargamente” de su última película, de ese sabor extraño que genera no sólo la densidad de sus guiones sino la consistencia de su dirección, de sus películas. Y ante esta última, luego de haber derribado el prejuicio y cierta afectación que connota en mí los musicales, encontrarme con otra obra que no sólo impregna de textura, satura de colores la pantalla, sino que perduran sensaciones, reflexiones, por mucho más tiempo que el transcurrido en una butaca a oscuras deslumbrándome otra vez ante esta nueva repetición que se renueva y va definitivamente marcando un recorrido en aquellas cuestiones que interrogan a Burton y a las que hace interrogar.
Y con la sorpresa de que su filmografía aprehende, lee y despliega, la transformación que de la globalización nos va afectando en esta época sin olvidar ni renunciar a la idea de cierta justicia poética que nada tiene que ver con la moral; una posición ética ante esa mirada que imprime su cine sobre la sociedad, sobre los niños y sus usos y abusos actuales, sobre la pobreza y la corrupción y sobre el amor también, pero lejos de algún sentido afectado, sino como motor insoslayable para la posibilidad de otra vida... o por lo menos, su intento.
Y así fue como luego del impacto de dejarme sumergir en “Sweeney Todd, el barbero demoníaco de la calle Fleet”, me topé con esta excelente crítica y análisis que tanto de la película como de la filmografía de Tim Burton realiza Leonardo D’Espósito en la Revista El Amante Cine. Escritura que despliega una cartografía sobre la obra del director que adscribo y que por ello, transcribo, para compartir ambas experiencias así como recomendarlas: Película y escrito sobre ella.
(Atención: se revelan detalles de la resolución del argumento)
¿Para qué volver a hablar de golosinas, si la globalización se llevó todo? Del viejo orgullo del fabricante de alfajores, hoy apenas queda alguna seña secreta (Cachafaz, como el viejo Habana) para que nos regalemos el gusto con algo que no parezca el tercer clon del último invento de los mercachifles, donde lo único que cambia es el envoltorio. Se acabaron, pues, las buenas golosinas. Ni siquiera hay ya golosinas-películas realmente sabrosas: todas iguales, de sabor dulce elemental, empalagosas, sin matices. Así que, dado que parece imposible regalarnos con un buen placer inútil, hablemos de platos principales.
Tim Burton nos viene entregando platos sustanciosos y nutritivos que no dejan de tener, además, la presentación adecuada para que los comamos con los ojos. Una buena mezcla de ingredientes, además, que incluye lo dulce y lo amargo en correctísimas proporciones. Sin embargo, como saben, en algún momento el chef se cansa y se mira al espejo y se dice: “¿Cuál es el sabor que late en el fondo de mi garganta y no me deja conciliar el sueño?”. Y es entonces cuando nos presenta un plato que tiene toda la apariencia de algo que conocemos, inflama nuestras narices con un aroma atractivo, pero incluye algo extraño, algo que no debería estar ahí. El éxito o el fracaso del nuevo plato depende exclusivamente de cómo ese elemento, ese sabor raro, ese aroma imposible, se integra para hacer nueva la mezcla. Como si pusieran un grano de pimienta en un helado de frutilla, o rellanaran pasteles de carne con las piernas del vecino.
Sweeney Todd es ese plato. Ustedes ya deben haberse dado cuenta, pero toda la obra de Tim Burton es una espiral que se continúa film a film. Las imágenes de una película se reflejan en otra pero no se trata de un director robándose a sí mismo o evitando esforzar su imaginación, sino de otra cosa: de construir una lengua propia de imágenes propias e ir contando cosas nuevas a partir de esas imágenes.
Que Johnny Depp sea un barbero y que su brazo esté completo con una navaja nos recuerda al joven manos de tijera. Su locura asesina es la del Guasón, claro. Que la señora Lovett sea alguien tan –al mismo tiempo- iluso y aliado con la muerte hasta el absurdo nos trae a la memoria a la novia del cadáver. La infernal maquinaria de los títulos y la caída constante de un río de sangre por las alcantarillas, tanto a la máquina de chocolates de Willy Wonka como al acuático y fétido viaje inaugural del Pingüino. Y que todos canten nos trae a la memoria a Jack Skellington, a los Oompa-Loompa, a los muñecos casamenteros de El cadáver de la novia, al bailarín Guazón, a Tom Jones en Marcianos al ataque. Todo Tim Burton está allí pero al mismo tiempo no está. Esas alusiones e imágenes del mundo siempre amable de Burton (Burton es, después de todo, el realizador que nos ha vuelto la mirada hacia el Mal verdadero, ése que es humano y está vivo; Burton es el que nos ha hecho atractivos los freaks y melancólica, y nunca terrorífica, la Muerte) están aquí teñidas de cosa Terminal, sin esperanzas. Es cierto que –como pasa con Charlie y la fábrica de chocolate, por lo demás- el director está trabajando con la obra de otro, en este caso, el negro musical de Stephen Sondheim. Pero basta ver la película para darse cuenta de que, por un lado, la obra original tiene una enorme afinidad con el cine del director, y, por otro, que Burton es un gran “apropiador” de formas ajenas.
Pregunta: ¿por qué los fans estadounidenses de historietas prefieren la adaptación que hizo el mediocre Christopher Nolan de Batman en lugar de las de Burton? Respuesta: porque en el anonimato del Batman de Nolan se transparenta la historieta, mientras que en las de Burton nos asomamos al mundo de Burton con Batman como puente.
Decíamos que Sweeney Todd es un plato fuerte: en esta receta que es ya la iconografía Burton, y usando como molde la obra ajena, el director introduce por primera vez en su cine la desesperanza, un sabor nuevo que cambia el menú. En Burtonlandia hay dos tipos de seres subterráneos: los que tienen piedad y los que no. Los primeros terminan “fuera del mundo” pero le otorgan belleza, esperanza, amor: son Eduardo Manos de Tijera, Gatúbela, la Novia, Jack, Pee-Wee, Ed Wood, Bela Lugosi. Los otros (Guasón, el Jinete sin Cabeza, el Pingüino) tienden a estar desesperados y arrastran al mundo a una destrucción ciega: su tristeza los ha llevado a la misantropía. Algo los une: son manipulados por otra persona más “normal” (el Guasón, por lo menos al principio). El verdadero mal se esconde en el egoísmo de alguien que no es necesariamente un freak. Y ese “mal” se escondía siempre en las clases más altas, entre los que detentaban el poder del dinero. En Sweeney Todd hay un cambio sutil: la corrupción de arriba (el juez interpretado por Alan Rickman) tiene su espejo –y no su consecuencia- en la corrupción de abajo, la señora Lovett. Ambos engañan para conservar consigo lo que desean. Ambos ven el mundo como un lugar sin esperanzas y sin libertad real. Son ambos los que provocan en Sweeney el pensamiento de que “todos merecemos morir”. La consecuencia de tal lógica, atravesada por el dinero y la ambición (incluso la de la ambición más pura, como tener una casita en el mar y pasar tardes con la persona amada en la playa, que es lo que desea la señora Lovette), lleva en su última instancia, enana sociedad desesperada, al nazismo. No otra cosa implica la chimenea y el humo negro de cadáveres en quizás la metáfora más transparente de todo el cine de Burton.
Entonces, el problema: ¿es Sweeney Todd un film “utilitario”, en el sentido de “enseñar” al espectador tal o cual metáfora? Las canciones de Sondheim tienden a eso. Hablar de “los de abajo, los sirvientes” que se rebelan contra “los de arriba” es un subrayado alegórico bastante poco frecuente en el cine del realizador. Pero todavía el mundo de Burton contiene la piedad y la inocencia. La historia de amor entre Johanna y Anthony tiene un romanticismo sincero que llega por medio de la saturación. Ambos personajes –los actores mismos que los interpretan- están tan diseñados como los negrísimos Todd y Lovett. Sabiamente, burton hace que las caracterizaciones de ambos sean contrapuntos de modo tal que, si creemos en los segundos, deberemos creer en los primeros. Esos dos personajes se salvan, son jóvenes y, si bien han sufrido, se mantienen alejados de cualquier tipo de corrupción. Son la reencarnación de Edward Bloom y su mujer, el salvavidas que nos arroja Burton en el mar de sangre que es su película. Por lo demás, como todo el film está cantado, el efecto de “distancia” que implica tal procedimiento nos lleva a aceptar las formas oníricas y recargadas.
Porque, para romper con lugares comunes, otra vez la inocencia no está en la infancia: Toby, el niño, realiza para sobrevivir un acto terrible que, en el mundo puritano de hoy, resulta una verdadera audacia: asesinar el primer plano y degollando a una persona. Toby, sin embargo, viene del universo de Dickens (como casi todo en el film, por lo demás) y de los verdaderos cuentos de hadas donde se mataba sangrientamente al lobo de turno. Pero Toby llega a eso tras haberse alimentado de la carne corrupta que lo rodea. El mundo adulto lo ha llevado al hambre y al vicio, los adultos lo han envilecido. La relación con la señora Lovett es ambigua: lo usa, lo trata casi como un hijo y, finalmente, cuando su sola presencia amenaza su idea burguesa de felicidad, está dispuesta a sacrificarlo. Por todo esto es que Sweeney Todd no es un film utilitario: el Mal no está en una clase social, en una persona, en un grupo de edad o en una actitud en particular. Se cuela desafiante en todo estrato cuando hay hambre y desesperación, cuando se mantiene una situación de privilegiados y carecientes: fatalmente, los segundos tendrán las mismas ambiciones que los primeros. En ese mundo disuelto, que oficia como marco corrupto de toda corrupción, el personaje de Depp es apenas alguien que lleva al extremo lo que sus semejantes hacen sin derramar sangre.
Es la sangre desesperada, finalmente, el color nuevo de los platos de Burton. Si La leyenda del jinete sin cabeza era gore, no dejaba de ser una comedia, y mantenía en el más piadoso y justo de los fuera de campo el horror de un asesinato infantil; aquí Burton muestra todo hasta la saturación pero no hasta lo irreal. La sangre primero deja de impactarnos. Luego, de asustarnos. Luego, de asquearnos. Finalmente, en la secuencia final de la película, la sangre se vuelve llanto y deja de tener connotaciones terroríficas para volverse símbolo de la piedad ausente (vean, si no, la posición en que se encuentran los personajes). Burton hace algo más: deja fuera del film el epílogo “feliz” de la historia de Johanna. Nada de postres esta vez, nada de dulzuras: la película, de una oscuridad artificial, librando una batalla contra el color que siempre es luz y siempre tiene algo de vida, es el plato principal de una cena que debería nutrirnos más allá de los sabores. Que, por una vez, son todos declinación de la amargura.
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Leonardo D’Espósito (Argentina)
Extraído de: Revista El Amante Cine. Nº 189 – Febrero 2008.
Director: Gustavo Noriega. Buenos Aires. amantecine@interlink.com.ar
Buenas,
ResponderBorrarmuy bien!!! alegrón encontrar comentarios sobre cine, que sea del bigote (jejeje! descubrimos el misterio!!) y mucho mas que sea sobre una peli del Burton.
Su crítica sobre "historias extraordinarias" es un cuasi manifiesto sobre el NUCA y el rol de crítico.
Le digo que dude en entrar, la última vez que pase por aca me tentó tanto con la lectura de pavese, que ahora ando en la frenética y cuasi imposible tarea de encontrar "El oficio de vivir".
abrazo,
mariño
Me gustó mucho tu espacio Susana! Antes compraba el Amante, no se porque, en algún momento, deje de hacerlo. Esta nota la fue leyendo de a fragmentas, un poco por lo extensa y otro poco porque NO VI LA PELI!!
ResponderBorrarSaludos...
hola Martín, igualmente gracias por tu visita. Y como aclaro con los reparos que por lo menos yo tengo con los musicales, dejarse llevar por la estética de Burton siempre es un placer... aunque en el caso de este película sea con cierto sabores, olores, extraños, intensos, saturados, nuevos... en su cinematografía. Y tome otros vértices distintos a "El Gran Pez" respecto a la paternidad y a lo que lee e imprime en la pantalla sobre los avatares de esta época.
ResponderBorrarSaludos!!!!