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viernes, 28 de marzo de 2008

Precisamente luego del 24 de marzo, luego de lo ocurrido el 25 de marzo en esta convulsionada yRoberto BolañoRoberto Bolaño: El gaucho insufrible. Ed. Anagrama querida Argentina donde habito, ideas y sentimientos encontrados atraviesan mi espíritu. Donde el sonido de las cacerolas dan otra fuerza a una ciudad que a veces parece apagada, somnolienta a merced de los gobernantes de turno.
Creo que en esa mezcla de sectores e intereses, es fácil confundir de qué se tratan las cosas y las causas, si habrá grandes o pequeños perjudicados… Sin embargo, aun errados, no se trata de ninguna violencia en marcha, sino del intento de despertarnos de tanto silencio ciudadano y lejos de creer en la nueva manipulación de un sector (“oligarquía del campo”, “piquetes de la abundancia”), se trata siempre de lo pequeño, de las pequeñas luchas cotidianas; de seguir intentando no acallar la voz cuando se insiste en explotar aun más, todo lo que nos rodea y lo que tenemos.
Por eso, entre otras cosas elegí este fragmento de un cuento de Roberto Bolaño, donde para mi propia sorpresa, me encuentro a un escritor extranjero, introduciendo en este relato esa realidad que a veces pareciera tan lejana desde aquí y a la vez, tan cercana: lo acontecido en el 2001 en nuestro país. Tomar esa realidad, introducirla en un cuento, hacerla literatura e inscribir en esas coordenadas, la vida de un personaje llamado Pereda. Acercar de este modo a otros de estas latitudes y de otras, aquellos acontecimientos ocurridos en ese tiempo y que siguen resonando todavía a la espera de nuevas reacciones que de ningún modo debieran asociarse a la violencia, sino a la genuina lucha por derechos que implican la vida, una vida digna para todos nosotros; “para todos” que convoca la paradoja también de lo diferente.


El gaucho insufrible (fragmento)


“(…)
Al principio el abogado intentó resignarse a la soledad. Tuvo una relación con una viuda, hizo un largo viaje por Francia e Italia, conoció a una jovencita llamada Rebeca, al final se conformó con ordenar su vasta y desordenada biblioteca. Cuando el Bebe volvió de Estados Unidos, en una de cuyas universidades trabajó durante un año, Pereda se había convertido en un hombre prematuramente avejentado. Preocupado, el hijo se afanó en no dejarlo solo y a veces iban al cine o al teatro, en donde el abogado solía dormirse profundamente, y otras veces lo obligaba (pero sólo al principio) a acudir junto a él a las tertulias literarias que se organizaban en la cafetería El Lápiz Negro, donde los autores nimbados por algún premio municipal disertaban largamente sobre los destinos de la patria. Pereda, que en estas tertulias no abrió nunca la boca, comenzó a interesarse por lo que decían los colegas de su hijo. Cuando hablaban de literatura, francamente se aburría. Para él, los mejores escritores de Argentina eran Borges y su hijo, y todo lo que se añadiera al respecto sobraba. Pero cuando hablaban de política nacional e internacional el cuerpo del abogado se tensaba como si le estuvieran aplicando una descarga eléctrica. A partir de entonces sus hábitos diarios cambiaron. Empezó a levantarse temprano y a buscar en los viejos libros de su biblioteca algo que ni él mismo sabía qué era. Se pasaba las mañanas leyendo. Decidió dejar el vino y las comidas demasiado fuertes, pues comprendió que ambas cosas abotargaban el entendimiento. Sus hábitos higiénicos también cambiaron. Ya no se acicalaba como antes para salir a la calle. No tardó en dejar de ducharse diariamente. Un día se fue a leer el periódico a un parque sin ponerse corbata. A sus viejos amigos de siempre a veces les costaba reconocer en el nuevo Pereda al antiguo y en todos los sentidos intachable abogado. Un día se levantó más nervioso que de costumbre. Comió con un juez jubilado y con un periodista jubilado y durante toda la comida no paró de reírse. Al final, mientras tomaban cada uno una copa de coñac, el juez le preguntó qué le hacía tanta gracia. Buenos Aires se hunde, respondió Pereda. El viejo periodista pensó que el abogado se había vuelto loco y le recomendó la playa, el mar, ese aire tonificante. El juez, menos dado a las elucubraciones, pensó que Pereda se había salido por la tangente.
Pocos días después, sin embargo, la economía argentina cayó al abismo. Se congelaron las cuentas corrientes en dólares, los que no habían sacado su capital (o sus ahorros) al extranjero, de pronto se hallaron con que no tenían nada, unos bonos, unos pagarés que de sólo mirarlos se ponía la piel de gallina, vagas promesas inspiradas a medias en un olvidado tango y en la letra del himno nacional. Yo ya lo anuncié, dijo el abogado a quien quiso escucharlo. Después, acompañado de sus dos sirvientas, hizo lo que hicieron muchos porteños por aquel entonces: largas colas, largas conversaciones con desconocidos (que le resultaron simpatiquísimos) en calles atestadas de gente estafada por el Estado o por los bancos o por quien fuera.
Cuando el presidente renunció, Pereda participó en la cacerolada. No fue la única. A veces, las calles le parecían tomadas por viejos, viejos de todas las clases sociales, y eso, sin saber por qué, le gustaba, le parecía un signo de que algo estaba cambiando, de que algo se movía en la oscuridad, aunque tampoco le hacía ascos a participar en manifestaciones junto con los piqueteros que no tardaban en convertirse en algaradas. En pocos días Argentina tuvo tres presidentes. A nadie se le ocurrió pensar en una revolución, a ningún militar se le ocurrió la idea de encabezar un golpe de Estado. Fue entonces cuando Pereda decidió volver al campo.
(…)”

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Roberto Bolaño (Chile 1953-2003), fragmento de: El gaucho insufrible. (Cuentos)

Extraído de:
Bolaño, Roberto: El gaucho insufrible, Ed. Anagrama S.A., 4º edición, Argentina, 2007

Referencias sobre autor y obra en: Club Literatura, Sólo Literatura, Carrollera.

3 comentarios:

  1. Un hallazgo del texto del Bolaño para la situación actual. Creo que ese escribir sobre otras tierras latinoamericanas como si fueran propias(aunque la tarea de "nombrar su nacionalidad" -como si hiciera falta- es bien complicada), es un rasgo clave en su literatura.
    En ese cuento, el encuentro entre el padre, ya un extranjero de si mismo, y el hijo es demoledor.

    aplaudo la inclusión de Bolaño, el hallazgo del texto y las letras y pensares que disparó en su personita.

    abrazo,
    la mariño

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  2. ya llevaba unos dias queriendo llegar hasta aqui. Es que nunca había leído nada de Lispector y desconocía que existiera. Y bastó que leyera tu post para que luego oyera la recomendación (que no se si seguiré) de comprarme algun libro por mas de una persona.

    Y hoy, abriendo el mail donde me suscribí a tu page le doy a entrar en las novedades para ver qué otro gran hallazgo me deparas y el circulo se completó y me traes algo que he leído pero de lo que llevo hablando varios días.


    saludos circulares

    Paloma Roca

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  3. la mariño: interesante la idea de "extranjero" que me evoca a Edmond Jabès: "la tierra del escritor es el libro" y desde allí puede hacerse extranjero hasta de sí mismo, como en el caso de Bolaño y alcanzar desde esa orilla otra perspectiva de distintas tierras latinoamericanas. Seguiré leyéndolo. Gracias por presentármelo!!!

    Paloma Roca: Me alegro por ese reencuentro con esa travesía París-Marsella entrañable para mí. Ojalá hayan vuelto a acompañar tu viaje.
    Y en esos saludos circulares, que circulen como vías, calles, avenidas volviéndose lecturas tanto Lispector y este fragmento de Bolaño! Mientras tanto también visitando tu blog, veré si hallo alguna luz en este laberinto donde comienzan a retenernos ya no importe de qué sector se trate!!!!

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