Hay pocos libros que toman la categoría de: amados. Por lo menos eso pocas veces me ha sucedido: hay autores o libros queridos o preferidos, pero pocos que transmiten y despiertan emociones profundas, y convocan de manera irremediable a un compromiso con ese texto, con esas palabras escritas y uno siente que lo han atrapado en una red imposible de romper y que a la vez, quiere seguir allí, disfrutando, llenándose de un placer pocas veces comparable. Y sin lugar a dudas éste libro lo es.
Y contiene muchas particularidades: no sólo por haber sido un regalo, sino porque apenas comencé a leerlo, el sólo hecho de inventar una ficción sobre un paisaje tan inhóspito, tan poco atractivo para muchos de nosotros ya había despertado mi curiosidad. Sobre aquel cemento de esa autopista de París-Marsella, armaron estos dos personajes devenidos narradores, una travesía, una aventura sin desperdicios.
Ciertamente, el hecho que entrelaza a esos personajes, partes de la vida de esas dos personas, también agrega elementos a la trama y sin embargo, no es lo determinante: si nada se supiera de la historia de sus vidas, aun así, lo escrito no está hecho en sentido de aportar algo de sus intimidades; sino que la creación de ese viaje, produce una ficción, una novela que despliegan en definitiva, sobre el amor, sobre ese encuentro pocas veces logrado y a partir de ello, las vicisitudes que produce.
Desde la primera página proponen tanto Cortázar como Dunlop (los personajes producidos por los narradores: lobo y Osita) la sensación de haber hallado un portal mágico, un talismán capaz de salvarnos de cualquier catástrofe climática o vivencial, un sortilegio capaz de deshacer cualquier “maleficio”. Posibilidad que sólo el arte es capaz de producir: ese modo de mirar lo cotidiano de tal manera que los detalles se tornan con matices que sólo cuando está en juego la creación se hace presente.
Capacidad que no nos hace olvidar la realidad cotidiana (de hecho, los derechos de autor por este libro, han propuesto destinar “...al pueblo sandinista de Nicaragua”), sino que transforma, esclarece. La inutilidad del arte, sin el cual difícil sería pensar la vida que nos hace disfrutar, nos da placer, y precisamente nos hace soportable los embates de las vorágines cotidianas tanto de nuestro entorno como del mundo.
Y este quizás sea mi talismán más querido: sobre todo por ese gesto final de amor, cuando se descubre que la vida y el dolor pueden tener otro sentido.
Y contiene muchas particularidades: no sólo por haber sido un regalo, sino porque apenas comencé a leerlo, el sólo hecho de inventar una ficción sobre un paisaje tan inhóspito, tan poco atractivo para muchos de nosotros ya había despertado mi curiosidad. Sobre aquel cemento de esa autopista de París-Marsella, armaron estos dos personajes devenidos narradores, una travesía, una aventura sin desperdicios.
Ciertamente, el hecho que entrelaza a esos personajes, partes de la vida de esas dos personas, también agrega elementos a la trama y sin embargo, no es lo determinante: si nada se supiera de la historia de sus vidas, aun así, lo escrito no está hecho en sentido de aportar algo de sus intimidades; sino que la creación de ese viaje, produce una ficción, una novela que despliegan en definitiva, sobre el amor, sobre ese encuentro pocas veces logrado y a partir de ello, las vicisitudes que produce.
Desde la primera página proponen tanto Cortázar como Dunlop (los personajes producidos por los narradores: lobo y Osita) la sensación de haber hallado un portal mágico, un talismán capaz de salvarnos de cualquier catástrofe climática o vivencial, un sortilegio capaz de deshacer cualquier “maleficio”. Posibilidad que sólo el arte es capaz de producir: ese modo de mirar lo cotidiano de tal manera que los detalles se tornan con matices que sólo cuando está en juego la creación se hace presente.
Capacidad que no nos hace olvidar la realidad cotidiana (de hecho, los derechos de autor por este libro, han propuesto destinar “...al pueblo sandinista de Nicaragua”), sino que transforma, esclarece. La inutilidad del arte, sin el cual difícil sería pensar la vida que nos hace disfrutar, nos da placer, y precisamente nos hace soportable los embates de las vorágines cotidianas tanto de nuestro entorno como del mundo.
Y este quizás sea mi talismán más querido: sobre todo por ese gesto final de amor, cuando se descubre que la vida y el dolor pueden tener otro sentido.
LOS AUTONAUTAS DE LA COSMOPISTA O UN VIAJE ATEMPORAL PARÍS-MARSELLA
“¿Cómo narrar el viaje y describir el río a lo largo del cual –otro río- existe el viaje, de tal modo que resalte, en el texto, aquella fase más recóndita y duradera del evento, aquella donde el evento, sin comienzo ni fin, nos desafía, móvil e inmóvil?
Osman Lins, Avalovara.”
PROLEGÓMENOS
De cómo escribimos una carta que no por insólita dejaba de merecer respuesta, cosa que no aconteció, y de cómo en vista de ellos los expedicionarios decidieron ignorar tan incalificable conducta y llevar a buen término lo que en ella se explicaba de la manera más galana y detallada.
París, 9 de mayo de 1982
Señor Director de la
Sociedad de las Autopistas,
41 bis, Avenue Bosquet,
75007 PARIS
Señor Director:
Hace algún tiempo, su Sociedad me pidió autorización para publicar en una de sus revistas, algunos pasajes de mi cuento titulado La autopista del sur. Por supuesto otorgué con viva satisfacción dicho permiso.
Me dirijo ahora a usted para solicitarle a mi vez una autorización de naturaleza muy diferente. Junto con mi esposa Carol Dunlop, igualmente escritora, estudiamos la posibilidad de una “expedición” un tanto alocada y bastante surrealista, que consistiría en recorrer la autopista entre París y Marsella a bordo de nuestro Volkswagen Combi, equipado con todo lo necesario, deteniéndonos en los 65 paraderos de la autopista a razón de dos por día, es decir empleando algo más de un mes para cumplir el trayecto París-Marsella sin salir jamás de la autopista.
Aparte de la pequeña aventura que esto representa, tenemos la intención de escribir paralelamente al viaje un libro que contaría en forma literaria, poética y humorística las etapas, acontecimientos y experiencias diversas que sin duda nos ofrecerá tan extraña expedición. Dicho libro se llamará quizá París-Marsella en pequeñas etapas, y está claro que la autopista será su protagonista principal.
Tal es nuestro plan, que se llevaría a cabo con el apoyo de algunos amigos encargados de reabastecernos cada diez días (aparte de lo que encontraremos en los paraderos de la autopista). El único problema está en que, según creemos saber, un vehículo no puede permanecer más de dos días en la autopista, y por esa razón nos dirigimos a usted para pedirle la autorización que, llegado el momento, nos evitaría tener dificultades en los diferentes peajes.
Si piensa usted que nuestra idea de escribir un libro sobre el tema no resulta desagradable para su Sociedad, y que no hay inconveniente en autorizarnos a “vivir” un mes desplazándonos a razón de dos paraderos por día, me agradaría recibir su respuesta lo antes posible, puesto que quisiéramos partir hacia el 23 de este mes. Queda igualmente entendido que de ninguna manera quisiéramos que nuestro proyecto fuera difundido por la prensa pues, siendo conocidos como escritores, podríamos ver perturbada nuestra soledad de expedicionarios. Llegado el día, nuestro libro se encargaría de contar la historia al público en general.
Agradeciéndole por adelantado su buena voluntad con respecto a este proyecto, le ruego acepte, señor Director, mis sentimientos más sinceros, así como los de mi esposa.
Sociedad de las Autopistas,
41 bis, Avenue Bosquet,
75007 PARIS
Señor Director:
Hace algún tiempo, su Sociedad me pidió autorización para publicar en una de sus revistas, algunos pasajes de mi cuento titulado La autopista del sur. Por supuesto otorgué con viva satisfacción dicho permiso.
Me dirijo ahora a usted para solicitarle a mi vez una autorización de naturaleza muy diferente. Junto con mi esposa Carol Dunlop, igualmente escritora, estudiamos la posibilidad de una “expedición” un tanto alocada y bastante surrealista, que consistiría en recorrer la autopista entre París y Marsella a bordo de nuestro Volkswagen Combi, equipado con todo lo necesario, deteniéndonos en los 65 paraderos de la autopista a razón de dos por día, es decir empleando algo más de un mes para cumplir el trayecto París-Marsella sin salir jamás de la autopista.
Aparte de la pequeña aventura que esto representa, tenemos la intención de escribir paralelamente al viaje un libro que contaría en forma literaria, poética y humorística las etapas, acontecimientos y experiencias diversas que sin duda nos ofrecerá tan extraña expedición. Dicho libro se llamará quizá París-Marsella en pequeñas etapas, y está claro que la autopista será su protagonista principal.
Tal es nuestro plan, que se llevaría a cabo con el apoyo de algunos amigos encargados de reabastecernos cada diez días (aparte de lo que encontraremos en los paraderos de la autopista). El único problema está en que, según creemos saber, un vehículo no puede permanecer más de dos días en la autopista, y por esa razón nos dirigimos a usted para pedirle la autorización que, llegado el momento, nos evitaría tener dificultades en los diferentes peajes.
Si piensa usted que nuestra idea de escribir un libro sobre el tema no resulta desagradable para su Sociedad, y que no hay inconveniente en autorizarnos a “vivir” un mes desplazándonos a razón de dos paraderos por día, me agradaría recibir su respuesta lo antes posible, puesto que quisiéramos partir hacia el 23 de este mes. Queda igualmente entendido que de ninguna manera quisiéramos que nuestro proyecto fuera difundido por la prensa pues, siendo conocidos como escritores, podríamos ver perturbada nuestra soledad de expedicionarios. Llegado el día, nuestro libro se encargaría de contar la historia al público en general.
Agradeciéndole por adelantado su buena voluntad con respecto a este proyecto, le ruego acepte, señor Director, mis sentimientos más sinceros, así como los de mi esposa.
JULIO CORTÁZAR
* * *
Esta carta fue enviada el 9 de mayo de 1982. El día 23, luego de abrir infructuosamente y por última vez nuestro buzón, entendimos que dos semanas habían bastado de sobra para que una sociedad comercial, por más plagada que esté de computadoras y de secretarias biliosas, respondiera a nuestra modesta petición. Mirándonos en los ojos, nos estrechamos la mano con energía y dijimos al mismo tiempo:
- ¡Co-expedicionario, mañana a las cuatro de la tarde ponemos proa hacia nuestro destino!
- ¡Co-expedicionario, mañana a las cuatro de la tarde ponemos proa hacia nuestro destino!
* * * * * *
(y a partir de aquí apenas algunos párrafos de aquella extraordinaria expedición:
* Lo del dragón viene de una antigua necesidad: casi nunca he aceptado el nombre-etiqueta de las cosas y creo que eso se refleja en mis libros, no veo por qué hay que tolerar invariablemente lo que nos viene de antes y de afuera, y así a los seres que amé y que amo les fui poniendo nombres que nacían de un encuentro, de un contacto entre claves secretas.
*(…) los acontecimientos necesitan un poco de tiempo para volverse palabra. Como si su sentido, e incluso su forma, debieran recorrer un largo camino interior antes de encontrar su cohesión.
* De golpe, desnuda. Por haberme inclinado tan bruscamente que la cortina del frente se cae de golpe, improvisada como estaba en ese momento con una toalla de baño para aislarnos de la parte delantera que abre su vasto parabrisas a cualquier mirada exterior.
En el fondo qué importa, bajo el temblor inconcebible que imprimes a mi cuerpo habrías podido –te grito que sí, que no- tomarme así, con todas las cortinas abiertas y los autos que siguen pasando de lejos y también de cerca, si hubieras tenido el lugar suficiente para hacerlo. Embriaguez de tu cuerpo, el resto no es más que abstracción.
¿Crees que un día volveré a encontrar esa manera que tuve de correr la cortina del frente en una fracción de segundo? ¿Cómo pude hacerlo cuando no hay allí el mínimo broche en el cual sujetar fuera un pañuelo?
* (…) la BBC de Londres que hora tras hora nos da su versión de la guerra de las Malvinas. Y de esa guerra, ya se habrá comprendido, no queremos ni podemos escaparnos.
Cuando usted lea esta página, las noticias de esta tarde serán ya un mero gajito en la inmensa naranja del tiempo, cosas y cosas habrán sucedido y, como cantaba Jean Sablon en los viejos tiempos,
tout passe, tout casse, tout lasse,
Un autre aura ma place…
otra guerra arderá en otros horizontes, etcétera. Pero hoy es ésta y es nuestra, es América Latina. ¿Cómo no llenarse de angustia ante la siniestra pantomima de una junta militar que, sabiéndose rechazada por la población civil, opta por una fuga hacia delante y se lanza a la reconquista de las Malvinas, sabiendo perfectamente que eso manda a la muerte a millares de conscriptos mal entrenados y equipados? ¿Cómo no sentir náuseas frente a la estúpida adhesión de una mayoría de argentinos, los asesinatos, la tortura y la desaparición de millares de compatriotas?
* Y después dormimos, Osita, y ya entrada la mañana seguías durmiendo y sólo a mí me fue dado ver el fin de la noche del paradero, el sol rasante que convertía el fuelle de Fafner en una cúpula naranja, que resbalaba entre las cortinas laterales para meterse con nosotros en la cama, empezar a jugar con tu pelo, con tus senos, con tus pestañas que siempre parecen más, que siempre parecen muchísimas más cuando estás dormida.
* Dormías dándome la espalda, pero cuando digo que me la dabas estoy diciendo mucho más que una mera manera de decir, porque tu espalda se bañaba en el resplandor de acuario que nacía del sol filtrándose por la sábana vuelta cúpula traslúcida, una sábana de finas rayas verdes, amarillas, azules y rojas que se resolvían en un polvo de luz, oro flotante donde tu cuerpo inscribía su otro más sombrío, bronce y mercurio, zonas de sombra azul, pozas y valles.
Nunca te había deseado tanto, nunca la luz había temblado tanto en tu piel. Eras Lilith, eras Cypris, de la noche del paradero renacías al sol como los murmullos de fuera que crecían, los motores arrancando uno tras otro, el rumor de la autopista creciendo con el aflujo que cada paradero echaba ya a correr después del sueño. Te miré tanto, sabiendo que ibas a despertar perdida y asombrada como siempre, que no entenderías nada…
* … silencio hecho de sonidos y rumores y cuya existencia –de la que participa cada uno de nuestros gestos- nos confirma de algún modo que estamos ahí donde creemos estar, que el objetivo del viaje ha sido alcanzado…
* Fácil es imaginar las reacciones que habría provocado el conocimiento prematuro del segundo objetivo de la expedición que hoy, casi al término de nuestro obstinado safari, podemos enunciar sin énfasis pero con justificado orgullo: se trataba de verificar, al término de la expedición, la existencia de la ciudad de Marsella.
* Rememoración de un amigo. –De cómo gracias a ese amigo entró Fafner en nuestra vida, y otras cosas que también tienen que ver con la poesía.
… en Paul [Blackburn] la poesía era un conocimiento y a la vez una interpretación y una transfiguración inmediatas de la experiencia cotidiana… (…) Solamente que me hubiera gustado poder mandarle estas líneas y decirle: Ya ves, cuando te fuiste no sabías que me habías iluminado… (…) … de modo que solamente me acordaré de cómo vos, Paul Blackburn, tan cerca ya de esa partida que me sigue pareciendo imposible, un mero atraso en la correspondencia que pronto pondremos al día, cómo vos me enseñaste que los viajes tenían que ser poemas y que para eso hacía falta un dragón, éste que al lado nuestro entre los árboles me está mirando escribir con sus grandes ojos de vidrio acanalado, reposando merecidamente en un paradero lleno de pájaros y de gusanos peludos.
* Allí la Osita empezó a declinar, víctima de un mal que creíamos pasajero porque en ella la voluntad de la vida era más fuerte que todos los pronósticos, y yo compartía su coraje como siempre compartí su luz, su sonrisa, su enamorada vivencia del sol, del mar y de la esperanza en un futuro más hermoso.
* … tu mano escribe, junto con la mía, estas últimas palabras en las que el dolor no es, no será nunca más fuerte que la vida que me enseñaste a vivir…
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JULIO CORTÁZAR (Argentina, 1926-1984) – CAROL DUNLOP (Canadá, 1946-1982)
Extraído de: Los autonautas de la cosmopista o Un viaje atemporal París-Marsella, Ed. Muchnik Editores, Barcelona, 1986 (1º edic. 1983)
Un libro magnífico, lleno de dragones de pega y papeleras vigilantes. Cortázar era él (y Carol) y aquí fue muy él. Aun sin ser el mejor de los libros posibles, es, en efecto, muy personal. De vez en cuando lo hojeo otra vez.
ResponderBorrarGracias por hacérmelo revivir de nuevo.
Saludos.
Ciertamente fpc, coincido con lo que decís, no será uno de los mejores libros pero su lectura produce un efecto en mí de entrañable. Y también es ese jardín al que de vez en cuando vuelvo para distenderme, respirar otro aire, y encontrar al hojearlo, otro placer que no se compara con otros libros.
ResponderBorrarLo tengo como un tesoro.
ResponderBorrarLo recuerdo con un cariño inmenso.
Enseña que en cualquier viaje, por muy absurdo o breve que sea, en cualquier lugar, por escasa que sea la magia que contenga, la vida puede afrontarse siempre como una aventura irrpetible.
Gracias por recordármelo.
Un abrazo.
(Me satisface especialmente econtrarme en la alegría por la entrada con FPC).
Es la primera vez que me dejo caer por aquí, y lamento no haberlo hecho antes.
ResponderBorrarMe ha maravillado tu capacidad de descripción. Para mí los libros son algo muy valioso, pero sé que para muchas personas no, así que el hecho de encontrarme con gente tan apasionada por la lectura como yo me resulta, si me permitís, emocionante. Me ha producido el deseo de perderme por los parajes de esa fantástica historia.
Un saludo.
qué alegría volver a leer un comentario tuyo! Diarios de Rayuela!!! con ese nick que contiene otro de mis libros más queridos también de Cortázar; y gracias por decir aquello con tal sencillez y que coincidimos en que de eso se trata este entrañable libro: que todo viaje, pequeño, absurdo, cotidiano, puede afrontarse como una aventura irrepetible!!!!
ResponderBorrary Lucía bubok, qué bueno que hayas pasado por aquí y dejaras tu comentario! Y sobre todo, si ese camino ha hecho que quisieras descubrir esa travesía de París-Marsella! me alegra todavía más!!
Gracias por la bienvenida, Susana!!
ResponderBorrarSiempre es un placer compartir aficiones con gente que las disfruta tanto o más que tú. Y es lo que me ocurre con la literatura, que me apasiona.
El último libro que he leído: El guardián entre el centeno, para reflexionar. Nos volveremos a ver!!
Un saludo!
uyss lei este libro cuando tenía 17 (hace tanto ya!!!). Lo recuerdo bien porque aunque no pueda creerse es el libro que llevé para leer en mi viaje de egresada a Bariloche. Había olvidado este libro y realmente es raro porque nada de Cortázar se me olvida. Lo más raro es que entre que leí tu post y estoy escribiendo este comentario fui a buscarlo y lo encontré!!!! Me has dado lectura para mi viaje. Parto en 3 horas y ya tengo que releer. No sé explicartelo pero este viajecito es muy importante y el haberme reencontrado con este libro lo siento casi como un simbolo o presagio. O como quiera que se diga.
ResponderBorrarmil besos y mil gracias en serio
Paloma Roca
pd: cuando vuelva de viaje volveré para contarte mi relectura