•La soledad de la escritura es una soledad sin la que el escribir no se produce, o se fragmenta exangüe de buscar qué seguir escribiendo. Se desangra, el autor deja de reconocerlo.
•Un escritor es algo extraño. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido. Un escritor es algo que descansa, con frecuencia, escucha mucho.
•Porque un libro es lo desconocido, es la noche, es cerrado, eso es. El libro avanza, crece avanza en las direcciones que creíamos haber explorado, avanza hacia su propio destino y el de su autor, anonadado por su publicación: su separación, la separación del libro soñado, como el último hijo, siempre el más amado.
•Un libro abierto también es la noche.
•Escribir a pesar de todo pese a la desesperación. No: con la desesperación. Qué desesperación, no sé su nombre. Escribir junto a lo que precede al escrito es siempre estropearlo. Y sin embargo hay que aceptarlo: estropear el fallo es volver sobre otro libro, un posible otro de ese mismo libro.
•Todo escribe a nuestro alrededor, eso es lo que hay que llegar a percibir; todo escribe.
•Escribir es intentar saber qué escribiríamos si escribiésemos – sólo lo sabemos después – antes, es la cuestión más peligrosa que podemos plantearnos. Pero también es la más habitual.
La escritura: la escritura llega como el viento, está desnuda, es la tinta, es lo escrito, y pasa como nada pasa en la vida, nada excepto eso, la vida.
Marguerite Duras (Francia, 04-04-1914 / 03-03-1996)
Extraído de:
Duras, Marguerite: Escribir, Ed. Tusquets, España, 2000
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