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miércoles, 5 de abril de 2006

Misia
Diario Página/12- 08 de junio de 2006 - Sección Espectáculos:


Misia:

“Para el fado hay que tener cicatrices de la vida”

El fado es vida y destino. El fado no es necesariamente triste, sí es profundo, nostálgico. Hay que tener cicatrices de la vida para cantarlo. Pero las cicatrices son vida vivida, no quiere decir que sean desgracias. Es como el blues, hay que cantarlo con la piel, con todo tu cuerpo. Y, cuando eres muy joven, es imposible hacerlo cuerpo. Cuando era jovencita, mi madre me decía: “Tienes una voz perfecta pero vacía. No tienes carne en la voz”. Y tenía razón. Para que nos entendamos: no se puede cantar fado con la voz de Nana Mouskouri. No. Mi camino del fado es el de María Magdalena, nunca el de la Virgen. Caer y levantarse, caer y levantarse. Pero eso no quiere decir que sea desgracia, es la vida.

La cantante se resiste a ser encasillada como una fadista tradicional y asume una condición de intérprete en la que es fundamental poner el cuerpo. En su show, la escena muta en un hotel donde los músicos adoptan diferentes personajes.

Por Karina Micheletto

“El fado es la mirada esquiva del pueblo portugués cuando siente que la fe lo ha abandonado”, definió alguna vez Fernando Pessoa, siempre crítico de la liturgia de su país. “El fado es vida y destino. Y hay que tener cicatrices de vida para poder cantarlo”, dice ahora Misia, la mujer que eligió este género como vehículo potente de expresión. Y también dice que al fado hay que cantarlo “de la cintura para abajo”. O mejor: con todo el cuerpo. Algo de eso debe haber: algo de orden físico se escucha en temas como Fado do lugar-comun, grabados en un disco de estética y concepto teatral, Drama box, editado aquí hace unos meses. En su segunda visita, la portuguesa presentará este disco hoy en el teatro Coliseo y mañana en el Cabaret Faena Hotel.
Aunque es “la reina del fado” para los anuncios promocionales, ella rechaza la definición de fadista y prefiere presentarse como “una intérprete que canta fado”. El espectáculo que mostrará esta noche, anuncia, estará dividido en dos partes: la primera, más “seria” y contenida, con fados tradicionales. La segunda parte abrirá las puertas al universo de Drama box, un hotel habitado por una cantante en el que los músicos también asumen distintos personajes, desde un inspector de impuestos hasta un marinero. “Aquí yo misma me invento cada vez una cosa distinta. No hay guión”, cuenta la cantante.
En Drama box, además de fados, hay un par de boleros de Armando Manzanero, y también una incursión a tangos como Naranjo en flor, Los mareados y Yo soy María, de Piazzolla y Ferrer. “Es la primera vez que los grabo, pero ya los he cantado en vivo. En el Olimpia de París, con el trío argentino Esquina, por ejemplo”, cuenta Misia, y explica por qué este disco lleva una dedicatoria especial: “Está dedicado a mi madre. Fue gracias a ella, que era bailarina de danza clásica española, que escuché mi primer fado. Y también mi primer tango, mi primer bolero, todo. Ella traía en sus maletas música de muchos sitios del mundo. Tiene 81 años y era el momento de grabarle un disco. Así que le regalé éste, que es muy teatral”.
–¿Por qué incorporó lo teatral de una manera marcada?
–Cuando canto fado, siempre tengo una manera de estar en el escenario muy teatralizada, muy dramática. Al ser la tercera generación de artistas, eso me viene como naturalmente. En este disco he decidido asumirlo totalmente: es casi como si interpretara un personaje que es una cantante. En los conciertos, el escenario se transforma en el hotel Drama box, y el público, los músicos y yo somos huéspedes de ese hotel.
–En este disco suma el tango a sus fados. ¿Cuáles son los puntos de encuentro entre estos géneros?
–No los ubico tanto a nivel musical, pero sí en el trayecto social que recorrieron. Las dos son canciones que nacieron en los suburbios de la ciudad y fueron ganando otras capas sociales. El fado ha sido un reflejo de la sociedad y la política de Portugal, nunca ha sido la causa pero sí la consecuencia. En el inicio era una canción de taberna, de prostitutas y marinos, de ambientes lúmpenes. Después fue adoptado por la aristocracia, a la que le parecía muy exótico y curioso. Más tarde, en el tiempo de la dictadura, también fue manipulado con canciones que vehiculizaban un mensaje de conformismo y de un Portugal pequeño, limpio, feliz y pobre.
–¿Y ahora?
–Y ahora... creo que está donde debe de estar. Cada uno canta el fado que quiere. Con otra característica que lo acerca al tango: tanto el tango como el fado permiten interpretaciones radicales, muy en el límite, con los sentimientos muy expuestos.
–En ese racconto histórico, tras la Revolución de los Claveles el fado quedó ligado a la dictadura. ¿Eso le pesó en los inicios de su carrera?
–No sólo eso. Cuando empecé a grabar fado, en 1990, ni estaba en la moda ni existía la “música del mundo”, nada de eso. Cada vez que decía que ibaa cantar fados, todos quedaban horrorizados. Porque no vendía, no tenía prestigio intelectual, nada. Siempre con la excepción de Amalia, que también tuvo sus problemas después de la revolución. Así que yo iba como pisando un campo de minas sin darme cuenta, pero con mucha convicción: sabía que sólo podía hacerlo de la manera en que lo quería hacer, como yo lo sentía, no existía otra manera. Para eso pedí dinero prestado, produje mis discos, hice una travesía del desierto... Aún hoy en Portugal pago el precio de haberlo hecho cuando lo hice y como lo hice.
–¿Por qué dice eso?
–Porque, salvando todas las distancias que hay que salvar, es lo que ha pasado con otros artistas en otros géneros artísticos: cuando se hace algo que es diferente, se paga un precio. Una vez hecho, lo hecho está. ¿Por qué lo has hecho? Pues, porque podía hacerlo. Cuando empecé, estaban los que decían que yo era sólo una imagen, sólo marketing, sólo un peinado, sólo un flequillo. El tiempo ha mostrado que lo que estoy haciendo es un trabajo serio, riguroso.
–¿Tuvo mucha oposición de los fadistas tradicionales?
–¡Uff! Los puristas del fado no perdonan. Haga lo que haga. Aunque me mate, aunque cante fados tradicionales.
–¿Lo haría?
–Es que no soy una fadista de casa de fados. Les tengo el mayor respeto, voy ahí a aprender con ellas, pero yo tengo mis coordenadas propias. Es decir, soy una intérprete que canta fado y espero captar el espíritu, la esencia del fado. Tomo más al fado como símbolo. No soy la réplica de una fadista tradicional, ni tengo por qué serlo. Lo utilizo como un instrumento cultural, de la misma forma que Cindy Sherman utiliza la fotografía: no es una fotógrafa, es una persona que utiliza la fotografía para hablar de la vida. Pues yo utilizo el fado para hablar de la vida. Mi finalidad no es ser una cantante tradicional de fado. Hoy por hoy estoy entre el fado de Amalia y el fado de la nueva generación.
–Entonces, se define como una intérprete más que como fadista.
–Exacto. Soy una intérprete que ha escogido una forma de arte popular, pero mi camino es periférico y alternativo. Es un camino complicado, sobre todo en un país conservador como Portugal.
–¿Cuál es su definición de fado?
–El fado es vida y destino. El fado no es necesariamente triste, sí es profundo, nostálgico. Hay que tener cicatrices de la vida para cantarlo. Pero las cicatrices son vida vivida, no quiere decir que sean desgracias. Es como el blues, hay que cantarlo con la piel, con todo tu cuerpo. Y, cuando eres muy joven, es imposible hacerlo cuerpo. Cuando era jovencita, mi madre me decía: “Tienes una voz perfecta pero vacía. No tienes carne en la voz”. Y tenía razón. Para que nos entendamos: no se puede cantar fado con la voz de Nana Mouskouri. No. Mi camino del fado es el de María Magdalena, nunca el de la Virgen. Caer y levantarse, caer y levantarse. Pero eso no quiere decir que sea desgracia, es la vida.
–Algo similar ocurre con el tango. Hay quienes dicen que al tango sólo se llega después de los 30.
–Pues es tal cual con el fado. Hay que saber entender en toda su profundidad la importancia de lo que uno está cantando. Hay muchas personas que tienen una bonita voz y cantan muy bien. Pero el fado no es canción decorativa, no es una opereta: es algo que se canta de cintura para abajo, con todo el cuerpo. Hay que tener un conocimiento de la vida y una vida vivida para cantarlo. A mí cuando me dicen qué bonito está, ya me fastidian.
–¿Qué le gusta que le digan?
–Me gusta que me digan que han sentido una emoción. Porque a veces sacrifico la perfección vocal, no me importa que salga una voz un poco más raspada si hay una emoción. Yo no canto para que quede bonito. Para que quede bonito, pongo un ramo de flores.
–¿Qué significa exactamente cantar de la cintura para abajo?
–En el fado hay mucho de sensualidad, y más que eso, de físico. Hay fados con letras muy violentas, en uno que canto, que un poeta escribió para su amante, está la palabra semen, por ejemplo. Y a esa palabra yo la digo igual que cama, vaso o televisión. Lo que quiero decir es que hay letras de fado muy sensuales, e incluso sexuales. Es como cuando se baila el tango, también es de cintura para abajo. Hay una interacción de pulsiones que no son sólo espirituales, también son muy físicas.
–Y todo eso se incorpora en la interpretación.
–Todo. Uno no se da cuenta cuando está en el escenario. Pero después de bajar, uno descubre que ha puesto el cuerpo entero. Qué maravilloso, ¿verdad?


La ficha

A Misia le gusta recordar que es “tercera generación de artistas”, y que eso se escucha en sus canciones. Su abuela fue una estrella menor del music hall, y su madre, una bailarina que tras sus giras traía las valijas llenas de música de lo más diversa, a quien ahora Misia dedica su disco Drama Box. El camino que llevó a esta mujer a transformarse en “la reina del fado” no fue precisamente lineal. Misia nació en Oporto y allí vivió hasta el final de su adolescencia, cuando se mudó a Barcelona. En los ’80 vivió el destape español post Franco, transitó los suburbios de la movida madrileña, se volvió chica Almodóvar importada. En los ’90 volvió a Portugal y sacó de abajo de la alfombra el fado, un género con una leyenda negra que lo ligaba a la dictadura tras la Revolución de los Claveles. Desde entonces se perfiló como la nueva revelación de la canción portuguesa. De allí que sea muy normal que en su último disco sea capaz de juntar las voces de Carmen Maura, Maria de Medeiros, Ute Lemper, Fanny Ardant y Miranda Richardson en un mismo poema.

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