Cualquier punto de llegada, ese momento privilegiado donde uno al fin habita, aunque sea por segundos, siempre interroga no sólo por el inicio desde dónde se ha partido, sino por esa trayectoria recorrida.
Llegar a la escritura no sencillamente como aquello que rasga una hoja o la pantalla de una computadora, sino aquello que raspa, que marca, instaura una huella que antes no estaba y que quizás no vuelva estar... Quizás el viento se la lleve, o la lluvia, pero en ese recorrido aquel que la lee se ha transformado en ese mismo acto.
La escritura... modo de decir/se, de llamar a esa dificultad que está al otro lado de algo que es necesario atravesar... hacer/se esa inscripción que a la vez extranjera, produce un lugar donde habitar... cada vez.
La llegada a la escritura metáfora carnal de tantas vicisitudes cotidianas donde el hambre puede ser tan real: la necesariedad de los alimentos, la necesariedad de los textos.
Al principio, adoré. Lo que adoraba era humano. No personas; no totalidades, no seres denominados y delimitados. Sino signos. Parpadeos de ser que me impactaban, que me incendiaban. Fulguraciones que llegaban a mí: ¡Mira! Yo me abrasaba. Y el signo se retiraba. Desaparecía. Mientras yo ardía y me consumía entera. Lo que me sucedía, poderosamente lanzado desde un cuerpo humano, era la Belleza: había un rostro, en él estaban inscriptos, guardados, todos los misterios, yo estaba delante, presentía que había un más allá al que no tenía acceso, un allá sin límites, la mirada me oprimía, me impedía entrar, yo estaba afuera, en acecho animal. Un deseo buscaba su morada. Yo era ese deseo. Yo era la pregunta. Destino extraño de la pregunta: buscar, perseguir las respuestas que la calmen, que la anulen. Si algo la anima, la eleva, la incita a plantearse, es la impresión de que el otro está allí, muy cerca, existe, muy lejos, de que en algún lugar en el mundo, una vez cruzada la puerta, está la cara que promete, la respuesta por la cual uno continúa moviéndose, a causa de la cual uno no puede descansar, por amor a la cual uno se contiene de renunciar, de dejarse llevar; a muerte. ¡Qué desgracia, empero si la pregunta llegara a encontrar su respuesta! ¡Su fin!
Llegar a la escritura no sencillamente como aquello que rasga una hoja o la pantalla de una computadora, sino aquello que raspa, que marca, instaura una huella que antes no estaba y que quizás no vuelva estar... Quizás el viento se la lleve, o la lluvia, pero en ese recorrido aquel que la lee se ha transformado en ese mismo acto.
La escritura... modo de decir/se, de llamar a esa dificultad que está al otro lado de algo que es necesario atravesar... hacer/se esa inscripción que a la vez extranjera, produce un lugar donde habitar... cada vez.
La llegada a la escritura metáfora carnal de tantas vicisitudes cotidianas donde el hambre puede ser tan real: la necesariedad de los alimentos, la necesariedad de los textos.
Al principio, adoré. Lo que adoraba era humano. No personas; no totalidades, no seres denominados y delimitados. Sino signos. Parpadeos de ser que me impactaban, que me incendiaban. Fulguraciones que llegaban a mí: ¡Mira! Yo me abrasaba. Y el signo se retiraba. Desaparecía. Mientras yo ardía y me consumía entera. Lo que me sucedía, poderosamente lanzado desde un cuerpo humano, era la Belleza: había un rostro, en él estaban inscriptos, guardados, todos los misterios, yo estaba delante, presentía que había un más allá al que no tenía acceso, un allá sin límites, la mirada me oprimía, me impedía entrar, yo estaba afuera, en acecho animal. Un deseo buscaba su morada. Yo era ese deseo. Yo era la pregunta. Destino extraño de la pregunta: buscar, perseguir las respuestas que la calmen, que la anulen. Si algo la anima, la eleva, la incita a plantearse, es la impresión de que el otro está allí, muy cerca, existe, muy lejos, de que en algún lugar en el mundo, una vez cruzada la puerta, está la cara que promete, la respuesta por la cual uno continúa moviéndose, a causa de la cual uno no puede descansar, por amor a la cual uno se contiene de renunciar, de dejarse llevar; a muerte. ¡Qué desgracia, empero si la pregunta llegara a encontrar su respuesta! ¡Su fin!
Amar: conservar vivo: nombrar.
El rostro primitivo fue el de mi madre. Su cara podía a voluntad darme la vista, la vida, quitármelas. A causa de la pasión por el primer rostro, durante mucho tiempo esperé la muerte por ese lado. Con la ferocidad de un animal, no quitaba la vista de mi madre. Cálculo erróneo. En el tablero yo mimaba a la dama, y el que cayó fue el rey.
Escribir: para no dejarle el lugar al muerto, para hacer retroceder al olvido, para no dejarse sorprender jamás por el abismo. para no resignarse ni consolarse nunca, para no volverse nunca hacia la pared en la cama y dormirse como si nada hubiera pasado; nada podía pasar.
Mi escritura mira. Con los ojos cerrados.
¿Quién puede definir lo que quiere decir "tener"?; ¿dónde sucede el vivir?; ¿dónde se asegura el gozar?
Primero escribí en verdad para cerrarle el paso a la muerte. A causa de un muerto.
Con una mano, sufrir, vivir, palpar el dolor, la pérdida. Pero está la otra: la que escribe.
¿Escribir? Ni lo pensaba. Soñaba con eso todo el tiempo, pero con el pesar y la humillación, con la resignación, la inocencia de los pobres. La Escritura es Dios. Pero no el tuyo.
Yo comía los textos, los chupaba, los mamaba, los besaba. Soy el niño innumerable de su multitud.
Pero ¿escribir? ¿Con qué derecho? Después de todo, los leía sin derecho, sin permiso, a sus espaldas.
¿Escribir? Me moría de ganas, de amor, dar a la escritura lo que ella me había dado, ¡qué ambición! Qué imposible felicidad. Alimentar a mi propia madre. ¿Darle a mi vez mi leche? Loca imprudencia.
Todo en mí complotaba para vedarme la escritura: la Historia, mi historia, mi origen, mi género. Todo lo que constituía mi yo social, cultural. Empezando por lo necesario, que me faltaba, la materia en la cual la escritura se talla, de la que se arranca: la lengua.
Tú puedes desear. Puedes leer, adorar, ser invadida. Pero escribir no te está concedido.
Hablar (gritar, aullar, rajar el aire, la rabia me impelía a eso sin descanso) no deja huellas: tú puedes hablar, -eso se evapora, los oídos están hechos para no oír, la voz se pierde. ¡Pero escribir! Sellar un contrato con el tiempo. ¡Anotar! ¡¡¡Hacerse notar!!!
- Eso está prohibido.
- no tengo lugar donde escribir. Ningún lugar legítimo, ni tierra, ni patria, ni historia que sean mías.
Nada me corresponde - O bien todo y no más a mí que a cualquier otro.
- No tengo raíces: en qué fuentes podría hallar alimento para un texto. Efecto de diáspora.
- No tengo lengua legítima. En alemán canto, en inglés me disfrazo, en francés robo, soy ladrona, ¿dónde iba yo a recostar un texto?
- Hasta tal punto soy ya la inscripción de una distancia, que una distancia más es imposible. Me dan esta lección: tú, la extranjera, insértate. Toma la nacionalidad del país que te tolere. Pórtate bien, entra en vereda, en lo común, en lo que imperceptible, en lo doméstico.
He aquí tus leyes, no matarás, serás muerta, no robarás, no serás una mala recluta, no estarás loca ni enferma, sería una falta de consideración con quienes te hospedan, no zigzaguearás. No escribirás. Aprenderás las cuentas. No te tocarás. ¿En nombre de quién iba yo a escribir?
("Ella sólo se despierta al contacto del amor, antes de ese momento es sólo sueño. Pero en esta existencia de sueño se pueden distinguir dos etapas: primero el amor sueña con ella, luego ella sueña con el amor.")
Arriba, vivo en la escritura. Leo para vivir. Leí muy pronto: no comía, leía. Siempre "supe" sin saberlo, que me alimentaba de texto. Sin saberlo. O sin metáfora. Había poco sitio para la metáfora en mi existencia, un espacio muy restringido, que a menudo yo anulaba. Tengo dos hambres: una buena y una mala. O la misma sufrida de modo diferente. Tener hambre de libros era mi alegría y mi tormento. Libros, casi no tenía. No hay dinero, no hay libro. Roí en un año la bilbioteca municipal. Yo mordisqueaba, y al mismo tiempo devoraba. Como con los pasteles de Jánuca: pequeño tesoro anual de diez pasteles de canela y jengibre. ¿Cómo conservarlos consumiéndolos? Suplicio: deseo y cálculo. Economía del tormento. Por la boca aprendí la crueldad de cada decisión, un mordisco, lo irreversible. Guardar no es gozar. Gozar y no gozar más. La escritura es mi padre, mi madre, mi nodriza amenazada.
Me dejé alimentar sólo por la voz, por las palabras. Se había cerrado un trato: sólo tragaría si me hacían oír. Sed de mis oídos. Chantaje de deleites. Al comer, al incorporar, mientras me dejaba atiborrar, mi cabeza se hechizaba, mis pensamientos se evadían, mi cuerpo aquí, mi mente en viajes sin detenciones.
Tal vez he podido escribir porque esa lengua escapó al destino reservado a las caperucitas rojas. Cuando no te pones tu lengua en el bolsillo, siempre habrá una gramática que la censure.
He tenido esa suerte, ser la hija de la voz.
En mi lengua, mis fuentes, mis emociones son las lenguas "extranjeras". "Extranjeras": música en mí de la otra parte; preciosa advertencia: no olvides que no todo está aquí, alégrate de ser sólo una parcela, un grano de azar, no hay centro del mundo, levántate, ve lo innumerable, escucha lo intraducible;
Con la ayuda de la memoria y del olvido, yo podía releer el libro. Recomenzarlo. Desde otro punto de vista, desde otros y otros. Leyendo descubrí que la escritura es lo infinito. Lo indesgastable. Lo eterno.
Leer: escribir las dies mil páginas de cada página, traerlas a la luz, creced y multiplicaos y la página se multiplicará. Pero para eso, leer; hacerle el amor al texto. Es el mismo ejercicio espiritual.
¿Era yo una mujer? Al revivir esta pregunta interpelo a toda la Historia de las mujeres.
¿Escribir? Si escribía "YO", ¿quién hubiera sido? Podía pasar muy bien bajo "YO" en la vida cotidiana sin saber más al respecto, pero ¿cómo hubiera hecho para escribir sin saber quién-yo? No tenía derecho. ¿Acaso la escritura no era el lugar de lo Verdadero? ¿Acaso lo Verdadero no es claro, distinto y uno? Y yo imprecisa, varias, simultánea, impura. ¡Renuncia!
Yo renunciaba. Eso se calmaba. Se hacía olvidar. Mis esfuerzos eran recompensados. Veía lucir mi doméstica santidad. Me aglutinaba. Me desmochaba. Estaba a punto de advenir a la una-misma.
Pero, como lo supe luego, lo reprimido vuelve.
Escribir: como si aun tuviera ansia de gozar, de sentirme plena, de pujar, de sentir la fuerza de mis músculos, y mi armonía, estar embarazada y en el mismo momento procurarme las alegrías del alumbramiento, las de la madre y las del niño. A mí también darme nacimiento y leche, darme el pecho. La vida llama a la vida. El goce quiere relanzarse. ¡Otra vez! No escribí. ¿Para qué? La leche se me ha subido a la cabeza...
- ¿Quién eres? - Lo sé cada vez menos. Renuncio.
En verdad no tengo ninguna "razón" para escribir. Todo viene de ese viento de locura.
Lo único que tengo para escribir es lo que no sé. Les escribo con los ojos cerrados. Pero sé leer con los ojos cerrados. A ustedes, que tienen ojos para no leer, no tengo nada que revelarles. La mujer es una de esas cosas que no están en condiciones de comprender.
Hice todo lo posible para acallarlo. Todo lo que digo es más que verdadero. ¿Para qué sirve excusarse? No se puede barrer la feminidad. La feminidad es inevitable. Les pido que reinicien su partida. Tomen ustedes sus partes vergonzantes. A ella sus partes (partie/les parties) orgullosas le caen muy bien.
No tengo nada que decir sobre mi muerte. Fue demasiado grande para mí hasta ahora. En cierto modo todos mis textos "nacieron" de ella. Huyeron de ella. Salieron de ella. Mi escritura tiene varias fuentes, varios soplos la animan y la arrastran.
... al escribir, porque escribir es siempre primero una manera de no lograr hacer el duelo de la muerte.
Y digo: hay que haber sido amada por la muerte, para nacer y pasar a la escritura. La condición por la que comenzar a escribir se vuelve necesaria -(y)- posible: perder todo, haber una vez perdido todo. Y esta no es una "condición" pensable. Tú no puedes querer perder: si quieres, entonces hay tú y hay querer, hay no-perdido. Escribir -comienza, sin ti, sin yo, sin ley, sin saber, sin luz, sin esperanza, sin lazo, sin nadie cerca de ti, pues aunque la historia mundial continúa, tú no eres ahí, tú eres "en" "infierno"...
Si estás perdida solamente entonces el amor puede hallarse en ti sin perderse.
... libérate de las viejas mentiras, atrévete a lo que no te atreves, ahí es donde gozarás, haz siempre tu aquí de un allí, y alégrate, alégrate del terror, síguelo por donde tienes miedo de ir, lánzate, ¡es por ahí! Escucha: no le debes nada al pasado, no le debes nada a la ley. Gana tu libertad: devuelve todo, vomita todo, dalo todo. Dalo absolutamente todo, óyeme, todo, da tus bienes, ¿de acuerdo? No te guardes nada, aquello que te importa, dalo, ¿entiendes?
De la muerte, creo, no se puede salir más que lanzando una carcajada. Yo reí.
Al principio, no puede haber otra cosa que morir, el abismo, la primera risa.
Después, no sabes. Lo decide la vida. Su terrible fuerza de invención, que nos supera. Nuestra vida se nos anticipa. Siempre sobre ti, una altura por delante, un deseo, el buen abismo, el que te sugiere: "salta y pasa al infinito". ¡Escribe! ¿Qué? Toma el viento, toma la escritura, haz cuerpo con la letra. ¡Vive! Arriesga: el que no arriesga no tiene nada, el que arriesga no arriesga ya nada.
Al principio hay un fin. No temas: es tu muerte la que muere. Después: todos los principios.
Cuando has tocado el fin, sólo entonces el Principio puede advenir.
Escribir es un gesto del amor. El Gesto.
Cuando haya terminado de escribir, cuando hayamos retornado al aire del canto que somos, el cuerpo de textos que hayamos hecho será uno de sus nombres entre tantos otros.
Ahora, escucha lo que tu cuerpo no osaba dejar aflorar.
Yo no "empiezo" por "escribir": yo no escribo. La vida hace texto a partir de mi cuerpo. Soy ya texto.
Continuidad, abundancia, deriva, ¿es esto específicamente femenino? Así lo creo.
Hundirse en la propia noche, tener con lo que sale de mi cuerpo la misma relación que con el mar, aceptar la angustia de la sumersión. Hacer cuerpo con el río hasta los rápidos más bien que con la barca, exponerse a este peligro, es un goce femenino. Mar tú retornas al mar, y ritmo al ritmo. Y el constructor: de polvo en polvo a través de sus monumentos erigidos.
La feminidad de un texto no se deja reunir en conjunto ni señalar con flechas. ¿Quién le pasará el freno a la divagación? ¿Quién traerá el afuera a los muros?
Nosotras mismas en la escritura como los peces en el agua, como los sentidos en nuestras lenguas y la transformación en nuestros inconscientes.
Hélène Cixous
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Hélène Cixous: Nació en Orán, Argelia, en 1937, de nacionalidad francesa.
Crítica literaria, filósofa, dramaturga y feminista.
Crítica literaria, filósofa, dramaturga y feminista.
Extraído de:
Cixous, Hélène: La llegada a la escritura - 1º ed. Buenos Aires: Amorrortu, 2006
Traducción: Irene Agoff
Traducción: Irene Agoff
Hola!
ResponderBorrarLlegué persiguiendo un poema del entrañable Juan Gelman y me ha gustado mucho todo lo que me encontré aquí.
Felicitaciones y saludos!
Muy bueno, de vez en cuando llego al blog encontrando lo que busco y màs.
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