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lunes, 28 de abril de 2008



El día 23 de abril de 2008, se celebró la ceremonia de entrega del Premio Cervantes al poeta argentino Juan Gelman, cuyo discurso pronunciado dejo este link de referencia para leerlo.

Y nuevamente el reconocimiento a este escritor, a pocos días de cumplir 78 años, el 03 de mayo, tomo de excusa, para compartir uno entre otros textos suyos que fui guardando y que fueran publicados en la contratapa del diario Página/12, hace muchos años ya, muchos antes que apareciera la tirada digital del diario por Internet. Textos, de los que creo hasta aquí no se han reunido en un libro: crónicas que fue desgranando respecto a personajes de la literatura, la pintura, del cine, u otros enlazados de algún modo con aquellos y que en su escritura, se descubren y nos acerca un universo impensado, delicioso.

Encontrarse con esas contratapas que ha escrito y lo que ellas transmiten, parecieran dejarnos delante de un escritor que quizás nos haya “escatimado” su narrativa, sin embargo aunque así fuese, están estas historias que transforman hechos cotidianos en extraordinarios, o que develan detalles que sólo en la pasión de sus propias búsquedas literarias fueron halladas, escritas y volcadas sorpresivamente en este medio. Precisamente eso: llegaron a nosotros publicadas en un diario, mezcladas con noticias sobre política, economía, casos policiales… En ese vértigo de las calles y el tránsito, en ese ruido urbano, algo es capaz de detenernos: ese instante alcanzado con la lectura de sus palabras y esas narraciones transformando la realidad circundante.
En este caso, la elección de esta crónica estuvo influenciada por ese punto donde se entrelazan estas “voluntades” (como menciona el título) con lo escrito por Paul Auster "La historia comienza al final. Hablar o morir. Y mientras uno siga hablando, no morirá. La historia comienza con la muerte”: la función de la narrativa como intento tan imposible como bello (afirma) de retrasar la muerte y allí la existencia de "Scheherazad", y el destino humano signado por la palabra, adentrándose y adentrándonos desde otras perspectivas, en ese relato de relatos, el de Las mil y una noches.

Voluntades

Cervantes, Shakeaspeare y otros con notorias diferencias de genialidad – últimamente Wim
Cuentos de Las Mil y Una Noches Wenders en Historias de Lisboa – explorando la fascinación o necesidad que en todo creador despierta el arte que practica como materia de su arte y a la vez interrogación sobre su arte: el relato dentro del relato, el teatro dentro del teatro, el cine dentro del cine. Esa aventura no busca la conversión del arte en realidad sino exactamente lo contrario. El envenenamiento del padre de Hamlet representado por actores en una escena de Hamlet instala al espectador como personaje de la obra, que se desvanece enfrentándoselo con otro espejo, o intersticio inesperado de la ficción abolida. Por esa grieta asoma –en este caso- la posibilidad de una repetición sin cambios, pesadilla de la modernidad que el neoliberalismo sigue forjando a golpes de hambre.

Un antecedente ilustre de esa “técnica” se observa en Las mil y una noches, relato de relatos en el que rápidamente aparece el relato dentro del relato relatado: el del rey Yunán y el médico Ruyán, que un pescador cuenta al genio del cuento que, según cuenta el narrador de libro, Scheherazad le están contando al sultán para postergar su muerte. Tal vez sea ésa la función central de la narrativa –retrasar a la que “chaira en los rincones”-, tan imposible como bella. También en este sentido podría entenderse la afirmación de Andrés Rivera: “La literatura es un testimonio de carencia”.

Las mil y una noches sería entonces símbolo de la vieja voluntad de no morir que en el libro se desdobla en pliegues sucesivos. Y bastante más: la prolongación de la vida noche a noche gracias a la capacidad de narración de la presuntamente efímera sultana, siempre en el umbral de su decapitación, habla de la eternidad de la palabra y de su infinito paralelo al tiempo. Desde ese lugar es posible compartir el aserto que Borges formuló en su conferencia sobre el libro: “Es tan vasto que no es necesario haberlo leído, ya que es parte previa de nuestra memoria”. De la memoria de la especie siempre atenta a lo que en la palabra late contra la muerte. Las mil y una noches es obra de centenares de seres humanos empeñados en continuar la existencia distrayéndola de sí misma.

Antoine Galland fue el primero en traducir para Occidente esas noches persas, iraquíes, egipcias, turcas que aparecieron en Francia, en 12 volúmenes editados de 1704 a 1717. Las tradujo con tal libertad que hay presunción fundada de que a su pluma se deben relatos como el de Alí Babá y los 40 ladrones o el de Aladino y la lámpara maravillosa; no existen en el original árabe del siglo XIV o XV que trabajó Galland y fueron traducidos del francés para la primera edición en árabe del libro, que sólo se publicó en 1814/18. Es como si la alfombra mágica, dijera Marina Warner, se hubiese tejido en los telares de la familia Gobelin.

Ese ida y vuelta es otro ejemplo de los viajes que la cultura cumple desde la antigüedad entre Oriente y Occidente y, sobre todo, del barro común del sueño de toda la humanidad, que cruza límites geográficos, lingüísticos y temporales para borrar las diferencias seculares. Tampoco de absolutizarlas, como intenta cierto kitsch folklórico alimentado a nacionalismo y sin duda negador de todo lo ajeno que hizo su cuerpo. Lo universal es un árbol de frutos muy diversos.

Hay, entre muchos otros, un reciente viaje inverso al de Galland. Varios relatos de Las mil y una noches asocian la obtención de riquezas con la muerte. Tres hombres que buscan a la Muerte tropiezan con una figura misteriosa que les indica el árbol bajo el cual encontrarán: cavan, descubren un tesoro y se matan entre ellos para adueñarse de él. Ese tema inspiró El tesoro de la Sierra Madre de John Ford.

Al mismo tiempo que Galland publicaba su traducción, los académicos de Francia establecían el primer diccionario de la lengua, en el que la palabra “cuento” es definida con sorna como un relato disparatado que se narra para dormir a los niños. Pero Las mil y una noches fue recibido con verdadero apasionamiento en los salones literarios de la época. El entusiasmo por los cuentos de sabor oriental se irradió de París al resto de Europa.

El estructuralista ruso Vladimir Propp dividió a los relatos fantásticos –con ogros, hadas, magos, brujas, milagros y otros misterios- en 7 categorías y de acuerdo con 31 funciones. En esa taxonomía prolija no caben los de Las mil y una noches. “Uno sabe que entrando en ese libro puede olvidarse de su pobre destino humano”, propuso Borges. Tal vez habría que decir que entrando en ese libro uno puede maravillarse del destino humano signado por el uso de la palabra.

Juan Gelman (Argentina, 03-05-1930)

Extraído de:
Juan Gelman: Diario Página/12 – contratapa. Domingo 9 de marzo de 1997

Link relacionado en este blog:
- Cuentos de Las Mil y Una Noches & rima con La invención de la soledad

blog recomedado: La Bitácora de Gelman
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